Capítulo 37.

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—Señorita, no es posible. —la mujer en la línea de teléfono insiste—. No puedo comunicarla con el señor Grey.

—¡Bien! Entonces páseme con quién está de responsable. —carajo, no recuerdo el nombre de la chica. Y dudo que ésta otra sepa lo que significa el código Gris.

La mujer resopla con fastidio.

—Señorita, tampoco puedo comunicarla con el señor Barney, está ocupado en una junta directiva.

¿Qué?

Antes de que pueda seguir discutiendo con la recepcionista de GEH, la línea se corta. Llamar de nuevo en este momento no serviría de nada hasta cambiar de número, al menos.

Guardo el nuevo teléfono desechable que compré con otro código de área para hacer esta llamada y salgo del callejón desolado.

Apenas empujo la puerta de la pequeña pastelería, Mía gira para mirarme con una gran sonrisa.

—¡Bienv...! Oh, eres tú. —su sonrisa cae cuando nota mi expresión—. Aún nada, ¿Verdad?

—No.

Es como si Christian se hubiera esfumado de la faz de la tierra. Christian, ¿Qué te toma tanto tiempo? Estamos aquí, todavía esperando.

—¿Crees que deberíamos volver? —la rubia suspira.

—No es seguro. Prescott dijo que ellos nos encontrarían, así que esperaremos. Si las cosas fueron por mal camino, estaríamos exponiéndonos.

Me acerco a la mesa del rincón y desabrocho el zipper de la chaqueta para sentarme. Mi enorme vientre embarazado de 5 meses es más difícil de ocultar con el paso de los días.

Mía frunce los labios en una mueca.

—Es muy difícil intentar ligar con los clientes atractivos cuando tienes una novia embarazada. —se queja—. La señora Wilther me mira como si quisiera comenzar la cacería de brujas.

Ahora está siendo dramática.

—Te mira así porque te encontró dos veces con su hijo en el patio trasero, ¿No es un poco joven para ti?

La rubia trae dos tazas y un plato de sus galletas recién horneadas a la mesa y se sienta, tomando un descanso de hornear y atender clientes.

—Johnny solo me ayudaba a practicar mis tiros, eso fue todo. Juro que esa mujer es una exagerada.

Mi mente vuela algunos años en el futuro, imaginando a un pequeño niño de ojos grises corriendo en el patio trasero de nuestra casa, feliz y ajeno a los horrores del mundo de su padre.

¿Christian sería capaz de protegernos? Mi mirada se mueve a la chica que sirve un trago de su café caliente. Su hermano no pudo protegerla y ella aún lidia con las consecuencias de su secuestro. No lo dice, pero la escucho ir y venir en medio de la noche, intentando distraer su mente de lo que sea que le hayan hecho esos hombres.

La única certeza que tengo ahora es que yo voy a proteger a mi bebé.

Instalamos una habitación de pánico en el segundo piso de la cabaña, cámaras infrarrojas en el perímetro exterior y una alarma de seguridad casi enlazada con el departamento de policía local.

Incluso abastesí nuestro arsenal con rifles y municiones para una pequeña guerra.

—De todas formas, lo único que quiero es saber lo que ocurrió en Seattle, si Christian pudo ser rescatado por sus hombres o si él...

—No lo digas. —la interrumpo, incapaz de escuchar las palabras en voz alta—. No quiero pensar en eso, al menos no hasta que tengamos una certeza.

Escucho el suspiro de Mía, luego el sonido de la campanilla sobre la puerta cuando entran algunos clientes a comprar galletas. Ella se dirige al mostrador para atenderlos después de darle un apretón a mi hombro.

No puedo más. Siento que me derrumbo por dentro, mi vida yendo hacia ningún lado. Pretendo ser fuerte por Mía y el bebé, pero no tengo otro propósito.

Mi mente me exige que proteja a este bebé a toda costa, mientras mi corazón me pide que vuelva a Seattle y encuentre a Christian a como de lugar.

Pero debo confiar en Sam. Si alguien tiene los medios para encontrarnos, ese es el padre de mi bebé.

—¿Jessie? —la voz chillona de Mía me saca de mis pensamientos—. Cariño, ¿Estás bien?

Mi vista se mueve hacia ella y la mujer en el mostrador que observa con atención mi vientre como si fuera a reventar en cualquier momento, aunque aún no es tan grande.

—Si, lo siento, solo cansada.

La mujer gira hacia Mía/Nora y la escucho susurrar.

—Tu novia no debería estar aquí todo el día, Nora. Será cada vez más difícil para ella ayudarte en la tienda.

—Oh, lo sé señora Marshall, pero mi Jessie se niega a dejarme sola. —le dedica una sonrisa de labios apretados—. Aquí tiene su cambio, vuelva pronto.

Con eso ella la despide.

Estoy a punto de externar mis pensamientos sobre la entrometida señora Marshall cuando el teléfono desechable en mi bolsillo timbra.

Lo saco del bolsillo para mirar la pantalla y la indicación de "número privado", ningún número o lada que pueda identificar. Presiono el botón y espero, levantando la mano para que Mía guarde silencio.

Nada.

Por cinco segundos lo único que se distingue es la interferencia, luego una profunda respiración que es insuficiente para reconocer a alguien. ¿Es Christian? ¿Es Prescott?

Aún estoy pensando en qué decir que no me delate cuando la llamada se corta, un escalofrío recorriendo mi espalda ante el temor de ser descubiertas.

Lanzo el móvil sobre la mesa y busco mi arma al tiempo que me asomo por la ventana. Mía viene a mi lado.

—¿Qué paso? Ana, ¿Quién era?

—No lo sé. —mi mirada sigue recorriendo a las personas que pasean en la calle, buscando a alguien sospechoso.

—Tal vez fue una equivocación. —balbucea.

De verdad espero que sea solo eso, pero no lo creo.

—No importa quién haya sido... Nos encontró.

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(◍•ᴗ•◍)❤

Grey (Color Venganza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora