Capítulo 9

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Marcos, un alma inocente impregnada en timidez, ese omega torpe que solía trabarse al hablar entre susurros lo suficientemente bajos que detenían el mundo, exigiendo a las personas callarse para escuchar lo que su voz quería transmitir... Inició una cruenta batalla sin ganadores.

Tomando con nerviosismo el borde de la campera del omega sin olor, bajando la mirada solo por verle a través de los orbes prácticamente celestes, infundidos en esperanza, dejando libre aquel aroma a vanidad, Marcos dio el último empuje.

— Aaron... vamos juntos — pidió, exigió... Aunque fue tan débil que su tono se perdió entre el disturbio de los blasfemos que no se paraban a rendirle tributo.

— Yo debería ir con Marcos — se alzó Rogelio al posarse gallardo al lado del omega, como si exhibiese contra Aaron la diferencia que había entre los dos, la importancia de seguir el orden natural de las relaciones — Dos omegas no pueden andar remando por allí —

Aaron solo rodó los ojos, preparó cada respiración para responder de forma mordaz, aunque Rogelio tuviese razón en que él no ayudaría a remar, porque con su pobre condición física, el solo pensar en intentarlo, le cansaba.

— No digas tonterías, Roge. Jamás dejaría a Marcos solo contigo, se moriría — Alex salió en defensa del pálido omega que se aferró al abrazo que su mejor amigo le tendió, se resguardó buscando la seguridad que el beta le quitó al pronunciarse — Los omegas podemos perfectamente valernos por nosotros mismos, no necesitamos a betas o alfas —

— ¿Ah? — el beta perdió los estribos, la tonalidad rojiza en su rostro fue por emociones ajenas a la vergüenza, simplemente el volcán explotó, erosionando toda su peste — ¿Qué, entonces no quieres ir con Sebastián? —

Alex solo echó un largo y pronunciado bufido de molestia — No gracias, te lo regalo, tú ve con él — tomó la mano de su amigo y lo arrastró consigo para tomar uno de los afamados botes que tantos revuelos provocó en el grupo disparejo.

Así fue como Alex se montó con Marcos, probando su punto que ellos no necesitaban de la fuerza bruta. A los demás no les quedó más remedio que ir en bote por su cuenta, Sebastián simplemente no podía dejar a Aaron solo y... Rogelio le daba pena, el imaginarlo navegando en la soledad de las calmas aguas, hundiéndose en maldiciones.

Con la flojera encima, el omega castaño se acomodó al borde del pequeño botecito, buscando relajarse, era su viaje de pereza donde podía descansar del ajetreo de convivir con personas. Aaron se sentía como una batería recargable, necesitaba un tiempo de inactividad, un respiro de socializar antes de volver a ser una persona apta con la que hablar.

— Cookie, no deberías recargarte mucho, puede ser peligroso — regañó amistosamente Sebastián que remaba del lado derecho, procurando mantener atención en el pequeñuelo que parecía desprendido de su propia seguridad, ignorando todas las posibles alertas de peligro, como cuando se tiró de lleno al bote apenas estuvieron listos de subirse.

— Sí, mmahmmá — balbuceó, la lengua le pesaba, no le servía al formular palabras, era un adorno en su boca. Apenas mantenía los ojos abiertos y dejaba que el agua acariciase la yema de sus dedos.

Según Aaron el viaje sería maravilloso, si no fuese por el inquilino del lado izquierdo que renegaba hasta al elevar los brazos, refunfuñaba en disgusto y maldecía con la mirada al omega que se aprovechaba de su posición para no hacer ningún esfuerzo, en especial porque Sebastián le dejaba ser  un flojo, sin siquiera quejarse.

— ¿Qué tienes, Rogelio? — cuestionó el alfa, ya no soportaba aquellos murmullos de reniegos que empezaron a ponerlo incómodo — Sí tienes problemas con Cookie, dilo de una vez —

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