Capítulo 15

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— ¿Aaron, estás vivo? — cuestionó el omega de gustoso aroma a fresas, al asomar su cabeza entre las puertas corredizas que separaban el interior del exterior.

— Desgraciadamente —

Tumbado en el suelo de madera, contemplando a la luna e imaginando lo solitario que era ser ella, estaba Aaron, guardando silencio. Tras el regreso del día de playa, Sebastián se había encargado de regañarlo por su repentina desaparición, ni siquiera el helado pudo apaciguar el ceño fruncido del alfa que intentó hacerlo ver, lo mal que hizo al irse sin comunicarle a nadie. Aaron quiso disculparse, porque la preocupación de su amigo era palpable, Sebastián solía ser de manso carácter, por ello era difícil verle enfadado, sin embargo, los recuerdos y los celos se combinaron...

Y Aaron acabó llamando a Sebastián una vieja exagerada y ridícula. Levantó entre ambos una ley del hielo: Sin palabras, ni miradas... pretendiendo que el alfa no existía.

— ¿Estás bien?, ¿Tienes hambre? — a pasos cortos, como si temiese que el muchacho tirado en el suelo echase a correr lejos de él, Marcos se acercó.

— Marcos, está barriga no la mantengo de aire — se señaló, un tanto ofendido por la pregunta lanzada al aire — ¿Robarás comida para darme de cenar? —

— Sebastián se atrincheró en la cocina — respondió al sentarse sobre sus piernas, al lado del omega sin aroma — Está esperando que caigas —

Con la indignación creciendo, toda la rabia fluyendo por sus venas, Aaron preparó sus pulmones para atacar — ¡¡Eres una rata de cloaca, Sebastián!! —

— ¡Vas a caer, Aaron! — obtuvo de contestación por parte de Sebas, como las olas rompiendo en la orilla, muy en la lejanía.

Se giró para evitar hasta por equivocación cruzarse con el alfa de las orbes de sol. Resopló y quisquilloso se palmeó un brazo por la sensación de un mosquito pinchando su piel, buscando calmar su propia hambre succionando su sangre.

— No eres nada lindo — remarcó entre dientes el omega de olor a galletas, enrojecido por la cólera, llenándose las palabras de maldiciones susurradas en secreto, nadie debía escucharlas. Nadie, pero Marcos estaba lo suficientemente cerca, prestando su atención a cada sílaba brotada de los labios mordisqueados de Aaron.

— Por eso no me gustan los alfas, son despreciablemente bruscos —El de orbes azules abrió parte de su corazón en un arranque de solidaridad — Los omegas son mejores, no dan miedo, son suavecitos y de aromas dulces —

— A mí sí me gustan los alfas. A los alfas no les gustó yo — aunque estuviese de acuerdo con Marcos, ellos dos no miraban el mundo de la misma forma, sin embargo, a él no le parecía que alguna fuese incorrecta, quizá ser tan abierto se lo debía a sus vivencias con Christopher.

— Yo... — un nudo se formó en la garganta del chiquillo, su piel empezó a segregar sudor, sus manos temblaron y solo hallaron soporte en la tela arrugada de su blusa holgada de vuelitos — ¿soy raro? — susurró, estaba sumido en el pánico de la respuesta que obtendría, al segundo se había arrepentido de siquiera haberlo preguntado.

— Hay lugares que celebran festivales en honor a los penes o donde las vacas son sagradas, para ellos es lo normal — Aaron se giró para encarar al chico y no pasó la oportunidad de rascarse una nalga por encima de la ropa — Así que no soy quien para definir que es raro y que no —

Quizá no eran las palabras que esperaba, el diálogo profundo que arrancara cada uno de sus miedos y aumentase su autoestima... Aún así eran suficientes, porque sabía que Aaron no iba a juzgarle, nunca lo hizo y nunca lo haría, al menos no por sus preferencias.

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