— No, es que yo estoy enojado contigo — insistió el omega que le robaba el pote de sal al alfa que le seguía en la pequeña cocina de su casa, el espacio era tan reducido y Sebastián tan grande, que Aaron empezaba a sentirse ahogado.
El alfa, quien pintorescamente sonreía, descongeló el semblante de alegría para poco a poco derretirse en confusión — ¿Y por qué? — La expectativa le hizo tomar una pose mucho más erguida, majestuosa, a la espera del ataque del omega.
Aaron alargó la respuesta dramáticamente al darle un sorbo a la sopa — No me acuerdo — se encogió de hombros, sumergió nuevamente el cucharón, robando más del líquido, sopló e hizo el intento de acercarlo a la boca del alfa.
Sebastián, agachado y juzgando seriamente el sabor, dio el visto bueno. Cenarían juntos antes que Aaron tuviera que irse al trabajo. Era jueves, se había convertido en otra de sus rutinas impuestas. Una actividad casi tan importante como los domingos de confesiones, eran los momentos de quedarse con las ventanas abiertas, intentando presumir de un balcón que no existía, hablando tonterías o alargando la compañía del silencio.
— Cookie, si ni siquiera te acuerdas, quiere decir que no es tan grave — quiso razonar con el omega.
— Tienes razón, lo admito... Es solo que — alargó la última vocal de la palabra sin llegar a dar una contestación en concreto.
— ¿Solo qué? — Sebastián arqueó una ceja y se inclinó más hacia Aaron.
— Aún no tengo excusa — alzó el cucharón en dirección a su amigo — Hoy le diré a mi jefe que me dé trabajo mañana, con tal de tener un pretexto y no ir — apagó el fuego de la cocina y señaló una puerta de la alacena.
Le paso dos tazones decoradas con figuras de gatitos — ¡Oh. Vamos, Cookie! Me gustaría mucho que fueras con nosotros —
Nosotros. Alex, Marcos y Rogelio. El tema de los besos ya se había olvidado y parecía que el omega y el beta implicados, tenían un afán por percibir que nada había cambiado. El trabajo de Sebastián era encargarse que el chico fuese, y ellos pudiesen comprobar que el trato de paz existía.
Al final terminó siendo convencido por la expresión de pena de Marcos. Lo peor es que Sebastián no pudo decirles que Aaron no le había dado tanta importancia como debería. Le besaron dos chicos borrachos, y él como el sobrio de la situación, no permitió que llegaran a más. Fin.
— Y a mí me gustaría mucho no ir. Las fiestas están bien porque la cerveza es gratis y yo mismo me la sirvo — en el ambiente reinaba el sonido de la sopa al caer sobre el tazón, la voz de Aaron y a lo lejos la respiración de Sebastián — En una discoteca tengo que confiar ciegamente en un desconocido —
El mundo era peligroso, en especial para los omegas. Aaron no quería ser parte de las desgarradoras historias de omegas abusados. Su abuelita le aconsejó que era mejor no tomar más que agua... del grifo o no tomar.
— Cookie, no tienes que confiar en un desconocido. Yo te cuido. Me haré responsable de ti, lo prometo — alzó su dedo meñique y espero por Aaron.
El omega solo resopló y tras pensarlo por un par de segundos, golpeó con la punta de su dedo meñique, el contrario. Aquella era una forma tonta de hacer una promesa, Sebastián le contó que una de sus alumnas del Kinder, le enseñó a prometer de esa manera, a Aaron le hizo mucha gracia y empezaron a imitarla.
Golpearse los dedos meñiques. Les gustó y lo imitaron. Era como un idioma secreto, del que solo un reducido número de personas podrían conocer. Un sentimiento propio, un lazo especial.
— Bien. Me gustaría recordar que el término del contrato de rompimiento de una promesa — acomodó los tazones sobre unos platos a juego — conlleva a que usted, señor prometante, debe tragar mil agujas — "prometante" no era una palabra existente, Aaron la formó mientras hablaba, sin embargo, ninguno dijo nada porque era un entendimiento mutuo.
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El Extra
RomanceAaron está en medio de una encrucijada de un romance cliché externo a él, entre sus vecinos; Sebastián, la personificación de lo imperfecto y Alex; la personificación de lo perfecto. Quienes parecen empezar a pasar del amor al odio cada día. Mientra...