Capítulo 18

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— Miren a quien tenemos por aquí — dijo el omega con altivez, empujando el puente de sus lentes para acercarlos más a sus ojos — Un pervertido que se intenta colar a un jardín infantil —

— Podría decir lo mismo de ti — intentó defenderse, atacar con las garras a un enemigo mucho más grande que él, pues campantemente el omega agitó la bolsita que llevaba cargando en el hombro.

— Lo siento, no hablo con degenerados — Aaron alzó su mano marcando distancias entre el beta y él — Vine a visitar a mi alfa, se le olvidó su almuerzo en casa —

— Mentiroso — escupió. Sus ojos escrutaron al desaliñado omega, con su sudadera ridícula de la luna y las estrellas al nivel de su barriga, los mechones revoloteando - por no conocer un cepillo - y sus desteñidos pantalones holgados, él sí parecía un pervertido.

— Me pregunto que opinará la policía de tu comportamiento — el más bajito palmeó el celular en su bolsillo, haciendo el intento de conseguir su aparato.

Aaron sabía el porqué Rogelio estaba allí: Un nuevo enemigo para su desdichado corazón.

Rogelio sabía el porqué Aaron estaba allí: Chisme.

— No te atreverías — retó. Quizá desde el incidente del beso, no estaban charlando con tanta naturalidad... Dentro de lo que se podía definir como natural, porque ambos no se caían bien.

Sacando su móvil, desbloqueando la pantalla y tecleando números al azar, espero la contestación del otro lado.

— Aaron, no seas imbécil. ¡Es ilegal! — Se alzó contra él, batallando por robarle el celular.

El omega solo resopló y colgó una llamada que no entró — Solo es una broma, vamos, sígueme — señaló con la cabeza.

Sin poder resistir la tentación de sonsacar esa espinilla, esa angustia que llevaba acarreando desde que escuchó secretamente de los pesares del omega que seguía seduciendo los latidos de su corazón, un amor unilateral que no le daba treguas... Fue tras Aaron.

Para Rogelio, Aaron había dejado de ser un enemigo, convirtiéndose solo en un estúpido. El imbécil que se negó a recibir lo que él tanto anhelaba.

— ¿Y ustedes son? — La autoritaria voz del guarda de seguridad junto al costoso enrejado que les separaba, les tomó por sorpresa a ambos.

— Buenos días señor, soy Aaron Holt, futuro señor Becher — posó orgullosamente su mano en el aire, alardeando se la sortija que adornaba su dedo anular.

— ¿Becher? — el guarda arqueó una ceja y se cruzó de brazos en una clara señal de incredulidad — ¿Es usted prometido del profesor Becher? Ése profesor Becher —

Aaron quiso golpear con el bolso al maleducado hombre que le miraba con desdén — Sí, el profesor Sebastián Becher, el alfa de dos metros, bien parecido y con abdominales de lavadero — renegó entre dientes — Puede parecerle difícil de creer, pero hay alfas musculosos que gustan de omegas gorditos —

— Ajá, y el que le acompaña, ¿quién es? — Al beta que velaba por la seguridad, no le pareció el tono soberbio del feo omega que destilaba un leve aroma a fresas.

Aaron había prestado su cama a Marcos toda una semana, por eso olía a él. El omega se había convertido en la tercera persona con la que no se molestaba por su toque, sería difícil desde que compartieron habitación.

— Un amigo, no quiso dejarme venir solo. No sabía que pondría tantos pretextos para poder dejarle el almuerzo a mi alfa — interpretó su papel de omega herido, porque las parejas tenían ciertas necesidades que los demás comprendían, era natural.

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