— Te vas a caer — gruñó el alfa que lo alzó al agarrarlo del brazo, en pleno descenso hacia el suelo, porque iba de bruces hacia el piso.
— ¡Me resbalé! — chilló con el corazón acelerado por el susto que se llevó al sentir el desequilibrio de sus piernas — No es mi culpa, ese charco no estaba cuando yo vine... ¡Era más grande! — se quejó energéticamente, al aferrarse como koala en un árbol, al brazo de Sebastián.
Aaron solo solía ponerse eufórico cuando tenía una caja con seis donas dentro, seis donuts solo de él, porque al final Sebastián se comía la mitad de uno antes de ser atacado por una bolita de grasa, que estaba dispuesta a arrancarle los dedos. Adorable para él, despiadado y egoísta para muchos otros.
El alfa sabía sobre los nervios del omega, primero por su imprudente y extraño derroche de alegría... Luego se valía de la intuición por los actos posteriores de Aaron, desde la palabrería sin sentido de experiencias dispersas en el tiempo, la forma en que agarraba el ramo de crisantemos y el pequeño revuelo de sus feromonas con aroma a galletas. Aaron dejó de tomar los supresores - por recortes monetarios - permitiendo la libre circulación del regusto dulce que exudaba por naturaleza.
— Aquí es, la tumba de los señores Holt — Aaron posó sobre una vasija de concreto el ramo que estuvo entre sus brazos — Rebecca y Jairo Holt — presentó sin contestaciones de por medio.
Aaron se guardó con recelo, la parte donde se echó a llorar la última visita a la fría tumba.
Sebastián inclinó la cabeza en señal de respeto, la visión se le hacía desoladora e injusta. Él tenía a su madre, siempre la tuvo, así que no podía imaginar lo aterrador que era quedarse completamente solo. Antes que sentir lástima por el omega, crecieron sus férreos deseos de cuidar de él, porque era mucho más precioso que una joya. Tenía una valentía de la que carecía.
— ¿Puedo preguntar? — se ánimo, tras largos minutos donde le permitieron acongojarse.
Aaron asintió, no era ningún tabú hablar de cómo su madre alfa y su padre omega dejaron este mundo de forma abrupta — Fue un choque frontal con un conductor borracho, él se estrelló contra ellos — respondió con cierta ambigüedad, la historia se la contaron, pues era muy joven para recordar haberla vivido.
— ¿Qué pasó con el culpable? —
— Sobrevivió — dijo al encogerse de hombros, no se notaba resentimiento en las notas de su voz — Pagó por homicidio involuntario, una condena miserable. Lo liberaron hace ya mucho tiempo, seguro siguió con su vida — Aaron empezó a suponer, jamás se obsesionó con ese beta, porque hiciera lo que hiciera, nada me devolvería a sus padres — Y yo me quedé solo —
El semblante de Sebastián cambió, todas sus emociones eran negativas, fue la diminuta y gordita mano de Aaron la que lo trajo de regreso. Una lágrima se deslizó por su moflete derecho, un rastro húmedo que al omega se le hizo un acto puro, prácticamente angelical.
— Todo está bien, mis familiares me despreciaron. Nadie quiso hacerse cargo de mí — la confesión fue desgarradora antes que abrazadora. Sebastián no sabía como Aaron le hacía constantemente pasar entre emociones, a veces se sentía bipolar a su lado — excepto la abuela Margarita —
El alfa tenía ganas de hacerle un monumento a esa mujer, igual que los héroes de la patria son honrados, esa fémina merecía todo el reconocimiento del mundo. El tirón del omega que empeñado jaloneaba de él para pedirle sin palabras, que se agacharan, lo tuvo atontado y a completa disposición del omega, parecía un títere sin conciencia propia, dejando que Aaron llevase sus hilos.
— Que no te confunda el nombre — susurró usando su mano alrededor de la oreja del alfa, procurando no perder la concentración, pues estaba poniendo parte de su peso en la punta de sus pies o no alcanzaba — Era una alfa aterradoramente estricta —

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El Extra
RomanceAaron está en medio de una encrucijada de un romance cliché externo a él, entre sus vecinos; Sebastián, la personificación de lo imperfecto y Alex; la personificación de lo perfecto. Quienes parecen empezar a pasar del amor al odio cada día. Mientra...