|5 años después|
Una mirada a la ventana le dejaba saber lo pacífico del clima de ese día, los algodones del cielo relucían por su esponjosidad, mientras pasaban por el manto de claros tonos celestes, que le daba espacio al sol de brillar con su incandescencia, regalando un poco de calor. Con miel derramándose de la comisura de los labios, la melena castaña barrida a todos los lados sin llegar a un control, y los lentes doblados más hacia un lateral, caminó con sus rosadas pantuflas hacia el buzón de su propiedad.
Tomó la correspondencia, casi ocultándose como si estuviese protagonizando una película de acción sobre un agente secreto infiltrado en la base enemiga, prefería pasar desapercibido que tener que reír junto a sus amistosos vecinos, no los odiaba, pero tanta risa fingida le dejaba con los músculos del rostro tensos. Se sobó los cachetes solo de imaginarse en otra amena charla con la amable señora Gertrudis, quien no paraba de hablarle de sus bolas de pelo. Lo mejor de ella eran sus gatitos, aunque estos tuviesen un cierto recelo a convivir con él.
Sebastián le había prohibido volver a acercarse a los felinos, por su estrepitosa fase de "alfa preocupado y muerto de nervios por cualquier nimiedad". Al principio fue dulce, ahora solo quería gritarle que sabía cuidarse perfectamente solo, y no necesitaba una inyección por cada rasguño de los gatos de la vecina.
Regresó sobre sus pasos, con cada sobre leído se le marcaba una mueca de molestia al ver las facturas por pagar, tuvo que ignorar el bonito jardín en el que estuvo trabajando por meses junto a Sebastián, las flores rodeaban el trecho de concreto, el césped brillaba por su ardua labor de regarlo cada mañana, dándole una apariencia mucho menos tosca... La vida adulta estaba repleta de asquerosas deudas. Se asustó y dio un respingo cuando la puerta principal fue abierta de par en par.
Con los botones mal ajustados, la camisa saliéndose desde el pantalón, su maletín a medio prensar dejando salir un par de hojas con dibujos infantiles en cada papel, y la maraña negra mucho más alborotada cual vendaval hubiese pasado en su cabeza, el alfa salió pálido de casa.
— ¡Es tarde, Cookie, es muy tarde! — le tomó de los brazos, estampó en un rápido, corto y apenas perceptible beso sobre los labios del omega, quien le miraba aún aturdido. Tras el húmedo sonido del contacto de ambas bocas, el alfa se alejó dispuesto a subir a su auto — ¿Por qué no estás listo? —
Relamiéndose los labios con sabor a pasta dental, su desagrado pasó a confusión — Son las siete de la mañana, si tuviese dieciocho y no veintiocho años, sería básicamente la madrugada, pero me llegó la vejez y aunque quiera me despierto a está hora —
— ¿Aaron, de qué hablas? — cual si fuese una enfermedad contagiosa, se le pegó el desconcierto por la respuesta del contrario — Cariño, no puedo ir a dejarte a la florería antes de ir al preescolar si no estás vestido —
— ¿Y yo para qué quiero ir al trabajo un domingo? — su cabeza unió los puntos y solo pudo aguantarse la risa un par de segundos, antes de soltar una larga y basta carcajada que le hizo aferrarse a los brazos de su pareja — Seb, todavía estás dormido. Vamos, vuelve a la cama —
— ¿Domingo? — el alfa no se lo creía, se había despertado en su dulce cama, sin encontrarse con su omega. El reloj de la mesita de noche le dio las malas noticias, se levantó como alma condenada buscando escapar del averno, solo para encontrarse con que su mente le había jugado una mala broma.
— Sí, domingo — repitió al empezar a darle leves empujones a su pareja para que entrase a la casa — Ahora ve a ponerte el pijama, hoy es día de la vagancia —
— Espera — ignoró el toqueteo indecente del más bajito sobre su torso cuando comenzó a desprenderle los botones, aún no salía de su estado aturdido — ¿No que tenemos una cena en casa de Marcos y Maximiliano? —
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El Extra
RomanceAaron está en medio de una encrucijada de un romance cliché externo a él, entre sus vecinos; Sebastián, la personificación de lo imperfecto y Alex; la personificación de lo perfecto. Quienes parecen empezar a pasar del amor al odio cada día. Mientra...