Capítulo 10

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Navidad.

A un día de la víspera de Navidad, una época de dar y recibir, donde la felicidad brota en el aire como motas de polvo en el desierto, Aaron descansaba plenamente en su cama, tirado entre las sábanas, tras haberse bebido un par de cervezas y rascarse las nalgas en un acto nacido de la libertad de vivir solo, quería tanto dormir para olvidar algunos minutos del día, enredado entre maldiciones lanzadas a él mismo.

— Aaron, Corazón de melón — canturreó el beta que llevaba metido en la cocina, desde que casi tiró su puerta para entrar.

Christopher tenía la llave, pero Aaron le había puesto una barricada de muebles, queriendo echarlo sin tener que decirle que no quería visitas. No es que no le gustara tener a la fastidiosa máquina de abrazos que era su mejor amigo, simplemente por las fechas se ponía el doble de insoportable... Porque Aaron vivía solo, no tenía familia a la que visitar y Christopher siempre quería llevarle con la suya.

El omega siguió silenciosamente al chico, se acomodó de lado en la cama y esperó por la siguiente media hora de cantaleta que le caería encima.

— Se acabó el café, debes ir a traernos más o no sobreviviremos Navidad — con un tono aniñado, que esperaba emular una sensación de infantilismo, el beta se cruzó de brazos y bajó la cabeza en un símbolo de derrota.

— ¿Sobreviviremos? — cuestionó alzando la ceja, casi con un tic en el ojo, se sentó en su cama con las piernas cruzadas, abrazando a una almohada que le serviría de muro entre ambos, por si al beta se le ocurría saltar contra él.

— Sí — desatando su cabello de la pequeña liga, tomó el par de tazas para dejarlas descansando en el suelo cerca de la cama — Este año me quedaré contigo, seremos solo tú y yo — dijo, dijo y brilló como el sol incandescente que te ciega por su exposición a la luz potente que brinda vida, una respuesta soltada con el mayor sinsentido que paralizó al omega.

Aaron solo podía ver a Christopher bailando en medio de su apartamento, sacando de la bolsita de la tienda de donuts, una caja con seis dulces que llevó para compartir con el omega con el que pensaba atrincherarse durante esas fechas.

Un dolor apuñalo las sienes del omega que suspiró esperando echar cada malestar en esa profunda exhalación, bajó de la cama gateando, llegó a su taza blanca con patitas de gatitos estampados en el cristal y se sentó.

— Tu idea ha sido rechazada, váyase a su casa, caballero —

Aaron reconoció que amaba a Christopher, se permitió ser feliz por un par de segundos escuchando como el beta lo prefería a él antes que a su familia, pero apartó la idea egoísta de acapararlo porque sabía que ello sería peor.

— ¡¿Eh?! — Chris se dejó caer junto a su propia taza, sonrió al ver en pánico al omega, sosteniendo su envase, evitando que el brusco movimiento hiciera que el café se derramara — No sabes cuantas llamadas de mis padres he rechazado con tal de estar contigo — se calló por el golpecito de los dedos de Aaron sobre su frente.

Aaron se estiró para tomar la dona bañada en chocolate y escarcha de colores, una delicia que no dudó en morder, gimiendo por el sabor apetitoso del donut; sus favoritos. Quizá por ello Christopher las había llevado, todo con tal convencerlo de pasar la festividad juntos.

— Lo siento, Chris... Sé que te sientes mal por dejarme solo en Navidad, pero no quiero darles más motivo a tu familia de odiarme —

Aaron y Christopher eran amigos de toda la vida, se conocieron a los ocho años, cuando por motivos externos, el omega se mudó a vivir una temporada con su abuela paterna. Inevitablemente sus caminos se cruzaron al ser vecinos, y formaron un lazo irrompible que ni el tiempo pudo derribar, sin embargo, Aaron poco a poco empezó a ganarse el desprecio de la familia de Chris, principalmente por ser considerado como una mala influencia para el beta.

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