113. Descontrolado

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.Narración Punto de Vista de Lizzy.

Al día siguiente

El sol, caliente sobre la piel desnuda de mi espalda, me despertó por la mañana. Era muy tarde, quizá más del mediodía, no estaba segura. Pero aparte de la hora, todo lo demás quedaba totalmente claro. Sabía con exactitud dónde estaba, en aquella oscura habitación con la gran cama roja, mientras los relucientes rayos del sol entraban por la ventana abierta. Las nubes de la mosquitera tamizaban la luminosidad. No abrí los ojos. Me sentía demasiado feliz como para cambiar nada, no importaba lo poco que fuera. Los únicos sonidos eran los de las olas allí afuera, nuestra respiración, el latir de mi corazón... Me encontraba tan cómoda, incluso bajo el sol ardiente. Su piel, a veces fría, resultaba ser el antídoto acertado contra el calor. Estaba tumbada, atravesada sobre su pecho helado, ceñida apretadamente por sus brazos, me sentía muy a gusto, muy natural. Me pregunté con pereza cómo había podido estar tan maravillada pensando en la noche anterior. Todos aquellos nervios me parecían ahora por completo estúpidos. Sus dedos recorrían suavemente el contorno de mi columna, y supe que se había dado cuenta de que estaba despierta. Mantuve los ojos cerrados y apreté aún más los brazos en torno a su cuello, ciñéndome para acercarme todavía más a él.

No dijo nada; sus dedos seguían deslizándose arriba y abajo por mi espalda rozándola apenas mientras trazaba delicados dibujos sobre mi piel. Me habría sentido del todo feliz si hubiera podido quedarme allí para siempre, sin perturbar para nada el momento, aunque mi cuerpo tenía otras ideas. Me eché a reír al escuchar mi estómago impaciente. Parecía algo prosaico tener hambre después de todo lo que había sucedido la noche anterior. Era como si te vieras obligado a aterrizar en la tierra, desde una gran altura.

Lucio: ¿Qué es lo que te resulta tan divertido? —murmuró él, todavía acariciando mi espalda—

El sonido de su voz, seria y hosca, me trajo de nuevo un diluvio de recuerdos de la noche y sentí cómo se me enrojecían el rostro y el cuello. Mi estómago gruñó, como queriendo contestar a la pregunta y yo me eché a reír de nuevo.

Lizzy: Muero de hambre. —confesé con una risa leve

Yo esperé, pero él no se rió conmigo. Con lentitud, emergiendo a través de las múltiples capas de dicha absoluta que nublaban mi mente, se abrió paso la conciencia de que había otra atmósfera por completo distinta fuera de mi propia esfera reluciente de felicidad. Abrí los ojos, y la primera cosa que vi fue la piel de su garganta, el arco de la barbilla sobre su rostro. Tenía la mandíbula tensa. Me apoyé sobre el codo para alzarme y observar su semblante. Lucio tenía los ojos clavados en mi, mientras yo estudiaba sus rasgos severos. Su expresión me produjo una conmoción, una sacudida física a través de mi cuerpo.

Lizzy: Lucio... —le dije, con un pequeño y extraño temblor en la garganta— ¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que va mal?

Lucio: ... ¿Acaso necesitas preguntarlo? —su voz sonó cínica—

Mi primer instinto fue preguntarme qué era lo que había hecho mal. Pensé en lo que había ocurrido, pero no pude encontrar ninguna nota desagradable en el recuerdo. Todo había sido mucho más simple de lo que yo esperaba, puesto que ambos encajamos como dos piezas fabricadas precisamente para eso, para formar las partes de un todo, y además, ya habíamos hecho esto antes. Esto me produjo una secreta satisfacción, el hecho de que fuéramos compatibles físicamente, del mismo modo que lo éramos en tantas otras cosas. El fuego y el hielo, coexistiendo ambos de algún modo sin destruirnos el uno al otro. No podía haber prueba más definitiva de que nos pertenecíamos. No era capaz de pensar en nada que le hiciera sentirse de esa manera, tan severo y frío. ¿Qué era lo que me había perdido? Su dedo suavizó las líneas de preocupación que se habían formado en mi frente.

Star Wars Lannister: La Historia Nunca Contada [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora