Prólogo

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Madelaine Petsch era una mujer singular, a sus veintisiete años vivía su vida en contra de lo que la sociedad estipulaba, vivía como deseaba, sin importarle si estaba bien visto o no ante los ojos de los demás. Eso suscitaba muchas envidias y personas que la criticaba, pero a ella le daba igual, prefería ser feliz y hacer lo que quisiera que vivir según las normas de la sociedad.

Y en sus ansiadas vacaciones, pues hacía más de un año que no tenía ninguna, había decidido irse a Bali, era una de sus islas favoritas, donde todo el lugar era mágico. Madelaine había recorrido prácticamente todo el mundo, de padres diplomáticos, su padre era embajador y habían recorrido gran parte del mundo mientras él trabajaba, su madre era traductora, por lo que Madelaine tenía gran facilidad para los idiomas, a la corta edad de diez años todos los adultos a su alrededor se asombraban de que pudiera hablar fluido más de cinco idiomas, a sus veintisiete años no había idioma que se le resistiera, aunque había algunos dialectos que la confundían.

Cualquier joven quizás estuviera resentida con sus padres por viajar tanto, por no tener un lugar al que llamar hogar, en cambio para Madelaine aquello era una gran aventura, había conocido muchas culturas y costumbres, sus comidas, sus bailes, conocía a personas en todas partes del mundo, y para ella un trocito de cada lugar donde había vivido podía llamarlo hogar. Siempre había sentido una gran curiosidad por todo lo que le rodeaba, sus padres le habían dado la oportunidad de explotar esa parte de su personalidad.

Y mientras comía un plato típico que había comprado en uno de los puestos de la calle se quedó mirando a una mujer con gran curiosidad, la había visto sonreír y quizás fuera por la luz del atardecer o por la magia que tenía Bali, pero estaba segura que era una de las mujeres más hermosas que había visto jamás.

Soltó el plato que comía, dándole las gracias a la mujer que se lo había vendido y se dirigió con paso decidido hasta el puesto donde estaba la mujer, no estaba sola, se había percatado del hombre con barba que la acompañaba.

-Selamat (buenas) -dijo Madelaine a los hombres del puesto, sonreía mientras hablaba, aunque su tono era duro, habló en indonesio-. Beri aku apa yang baru saja dicuri anak-anak darimu (Dame lo que los niños acaban de robarle)

-Jangan repot-repot, mereka orang asing (No molestes, son extranjeros) -dijo el hombre del puesto mirando con indiferencia a la pareja

-Baiklah, biarkan pihak berwenang turun tangan (Muy bien, que sean las autoridades las que intervengan)

El hombre comenzó a lanzar una retahíla de insultos mientras se alejaba unos pasos, cogía algo de una bolsa y se lo entregaba a Madelaine.

La mujer miraba a Madelaine con dureza, pues la estaban atendiendo a ella y sin ningún tipo de educación se había metido por medio, colándose y haciendo que la atendieran primero. Pero su rostro pasó de la dureza al asombro cuando la joven le entregó la cartera de su marido

-¡Te han robado! -dijo la mujer mirando al hombre

Éste comenzó a registrarse los bolsillos y se dio cuenta de que efectivamente aquella era su cartera

-Gracias -dijo la mujer a Madelaine-. ¿Cómo se decía gracia? -preguntó a su marido

-Terima kasih -dijo Madelaine

-No. Te. Entiendo -dijo la mujer muy despacio recalcando cada palabra

-Terima kasih es gracias -le respondió Madelaine

-¿Hablas mi idioma? -se sorprendió la mujer

-Sí -dijo Madelaine con una sonrisa

-Gracias por tu ayuda -dijo el hombre que acompañaba a la mujer-. Ni siquiera me di cuenta, no los noté

Mónica y el (sexo) amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora