Capítulo 1: Cenizas

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Aquel día, como otras tantas veces, les tocó dar una rueda de prensa juntos. Era algo que ocurría con frecuencia, pero a decir verdad dejó de importarles hacía tiempo. Las preguntas incómodas sobre por qué ya no se les veía tan unidos habían caído en el olvido y todos esos interrogantes sobre el por qué de la marcha del español de la escudería papaya, habían parado. Ahora las preguntas volvían a ser las típicas: cómo se sentían con el coche, qué sensaciones tenían, qué opinaban de aquello o de lo otro. Con el tiempo, también habían acabado acostumbrándose a estar en el mismo sitio sin que resultase tan incómodo o tenso. Llegados a ese punto, simplemente convivían.

Sin hablar más de la cuenta. Sin mirarse más tiempo del necesario.

Eran dos conocidos que un día lo fueron todo el uno para el otro.

Pero, realmente, ¿hasta dónde llegaban los restos de su marchito amor?

Esos nervios que les cosquilleaban en la nuca al ver al otro. Ese temblor previo al saber que la rueda de prensa sería juntos. Esa presión en el pecho cuando el otro sonreía. Esa sonrisa imposible de contener cuando alguno reía. Esas miradas dolidas y a la vez enamoradas que se les escapaban.

Casi tres años y, en el fondo, ¿qué había hecho el tiempo? Mucho menos de lo que las palabras del inglés jamás les hicieron. Porque su finiquito a la relación siempre dolería más que el tiempo. Y aún así, ahí seguían, gustándose en silencio. Retrocediendo lentamente pero acercándose por sus corazones. Unos corazones que se negaban a olvidar.

Porque una vez se dijo, que la mecha entre ellos estaba encendida, y de aquella mecha saltaron chispas que lo echaron todo a arder.

¿Y qué hay de las cenizas? Esas siempre quedan. Y de momento, nadie las había barrido y tirado a la basura; ahí seguían, tentándose con arder otra vez.

Sólo faltaba algo que prendiera aquello de nuevo, que hiciera que los fuegos artificiales estallaran en el cielo otra vez, que una vez más, fuese la pasión la que guiara sus pasos.

Al fin y al cabo, la pasión siempre fue su motor y su detonante.

La rueda de prensa terminó y todos los pilotos presentes se levantaron para marcharse, deseando acabar con otro tedioso jueves de prensa. George se acercó para hablar con el otro británico, y Carlos los miró con recelo.

Siempre sentiría celos cuando se tratara de Lando. Fuese suyo o no.

- Va a haber una fiesta para inaugurar la nueva temporada, después de la carrera del domingo - informó George con tranquilidad. - ¿Vas a ir?

- No sé, le tengo que preguntar a Mandy primero - respondió Lando con una mueca.

Fiestas. Ya no las odiaba. Pero se habría ahorrado tanto dolor rechazando tantas invitaciones para ir a ellas... Su mirada se desvió al español, que hablaba con otro piloto; con Vettel. Él iría, seguro. No sabía si seguía siendo el picaflor que era antes de salir con él, pero tenía la certeza de que sí.

- Venga, Lan, nos lo pasaremos bien - insistió Russell, que seguía al lado del pequeño. - No tienes por qué pedirle permiso para todo a tu mujer, ni que fuese tu madre.

Lando rodó los ojos. Ya estaba con esas. Si había algo que el chico odiaba, era que insinuasen ese tipo de cosas respecto a Mandy. ¿Tan difícil de comprender era que cuando uno tiene una relación también hay que respetar a la otra persona? Y bueno, él y Mandy no eran precisamente un matrimonio ortodoxo, pero era la impresión que debían de causar; la de una pareja normal y corriente. Además, en aquella ocasión era más una excusa que el querer respetar nada.

- Ya veré, Georgie - suspiró finalmente el inglés. - Tampoco es que me apetezca demasiado.

- Está bien, está bien - se rindió el otro.

Se despidieron y Lando miró a Carlos, que ahora caminaba solo. Ambos iban en la misma dirección porque sus motorhomes estaban uno al lado del otro, y si iban separados yendo en la misma dirección, los fans empezarían a especular cosas.

No estaba siendo dramático. Eso ya pasó una vez.

Se acercó al mayor y le dio un pequeño codazo en el brazo. Entablar una sencilla conversación. Sonreír. Que las cámaras los vieran. Irse cada uno por su lado. Les faltaba el "¡luces, cámara, acción!" y ya lo tendrían todo.

- Ey, ¿qué tal? - Saludó el menor.

- Bien - sonrió el otro mirándolo. - Emocionado por empezar la temporada - dijo realmente emocionado por ello. - ¿Y tú?

- Pues igual - una sonrisa algo forzada y un desvío de su mirada inmediato.

Se moría de ganas por preguntar tantas cosas. Cómo le iba en su terapia. Qué tal estaban Lucía y Caco. Cómo llevaba la vida, en general. Pero no podía preguntar nada. No si no quería implicarse más de lo que debería.

- Y Mandy, ¿cómo está? - Preguntó entonces el español.

Carlos también quería preguntarle muchas cosas. Pero lo único que podía preguntar sin pasarse de la raya era aquello. Preguntar por la familia era lo único que se permitían; lo demás sería exceder esos límites que se impusieron mutuamente sin tener que hablarlo siquiera.

- Ella está bien - sonrió y se encogió de hombros. - En general estamos bien. Aunque nuestras madres empiezan a insistir en que quieren nietos.

Los dos sintieron un escalofrío de desagrado al oír eso. Lando porque no contemplaba esa idea de ninguna de las maneras. Carlos porque no se imaginaba al joven británico cargando con un bebé; al menos no tan pronto.

- Sois muy jóvenes - opinó el español.

- Ya, por eso las he mandado a freír espárragos - una risa se le escapó y Carlos no pudo evitar sonreír.

- ¿Y ella qué dice?

- Que está demasiado buena para tener un bebé.

La respuesta fue contundente y, siendo claros, bastante graciosa. Ambos rieron y, bendito sea el momento en que ocurrió, los dos se miraron. Una verde pradera y un espeso chocolate entraron en contacto. Se les secó la boca y apartaron la mirada. No podían hacer eso, por mucho tiempo que pasara; sus bocas podrían mentir, sus mentes fingir y sus sonrisas disimular, pero sus ojos jamás ocultaban la verdad.

Se suele decir que los ojos son el reflejo del alma, ¿no?

- La vida de casado te trata bien - comentó Carlos distraídamente, tratando de evadir el breve momento incómodo.

- Mejor de lo que esperaba - reconoció Lando con una pequeña sonrisa. - Aunque he estado mejor - susurró recordando cierta época en la que, a pesar de las complicaciones, fue realmente feliz.

Una época que ninguno de los dos lograba borrar por completo.

Carlos lo miró de reojo. Entendía el sentimiento del británico. El darse cuenta de que todo te va bien pero aún falta algo. Así lo sentían. Y ese vacío en sus pechos no hacía más que crecer con el tiempo. Casi tres años de lucha contra ese vacío y los dos iban perdiendo. Pero, ¿quién podía culparlos? Lo que tuvieron fue tan intenso que sólo al recordarlo, se avivaba la llama.

- Llegarán tiempos mejores - fue la única respuesta que dio el español antes de alejarse hacia su escudería.

El pequeño, que ya no era tan pequeño, lo vio marchar con algo de tristeza.

¿Cómo le diría al mayor que los únicos tiempos felices que creía posibles serían a su lado?

¿Cómo tendría los huevos de lanzarse a por él sabiendo el daño que le hizo?

Porque si había algo que Lando no olvidaría, sería el dolor en los ojos ajenos cuando pronunció aquellas palabras. La forma cruel y fría en que se despachó de él. La osadía que tendría si intentaba volver. Si reabría una herida que tal vez ya estuviese cerrada.

Y de todos modos, seguía casado con Mandy. Aunque fuese falso, aunque sólo fuese una actuación, sabía que no podrían mantener ninguna relación de esa manera.

Era una pérdida de tiempo remar en contra del destino y no querer olvidar lo que alguna vez fueron. Pero Lando empezaba a hartarse de hacer lo que le decían y nada más. Había cambiado, había crecido, había madurado. Ya no era el niño de hacía tres años. Ahora estaba más que preparado para tomar las riendas.

La cuestión era, ¿sería capaz de hacerlo?

2# Voraces || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora