Capítulo 25: Cabos Sueltos

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Miró la entrada a aquella consulta, esa que pisó por primera y última vez de la mano del amor de su vida.

La lluvia le estaba destrozando los rizos, pero le daba igual. Volver a pisar Woking le traía demasiados recuerdos. Cuando pasó por la calle en la que años atrás vivían Caco, Carlos y Rupert, esa casa que habitó unos días con ellos, su corazón parecía llorar de pena, añorando esos días de felicidad que parecían ser eternos y acabaron siendo de lo más efímeros.

Un rayo partió el cielo en dos, haciendo estremecer del susto al inglés. Alzó la cabeza para mirar el oscuro paisaje. Sonrió por la ironía de la situación.

- El día que lo dejé por primera vez también te pusiste así - murmuró, hablándole a quien fuera o a lo que fuera que controlaba el tiempo atmosférico.

Suspiró y agachó la cabeza. El mundo le avisó de que estaba cometiendo un error el día que le dijo todo aquello a Carlos y lo echó de su vida, y quizá ahora le estaba avisando de nuevo que, lo que iba a hacer, no debía hacerlo.

Caminó hasta el parking que había tras la consulta. Estaba desierto, pues no era buena hora. Lando se quedó esperando resguardado bajo un árbol, mirando fijamente el único coche que había aparcado, el que le pertenecía a Carlos, que en cualquier momento saldría de la consulta.

La espera se le hizo eterna, pero cuando vio al español caminar hacia su vehículo, sintió que valió la pena.

Carlos llevaba la cabeza llena de pensamientos confusos. No sabía qué sentía, no sabía qué debía sentir. Su primo, Lucía, Lando, Mandy... Todo era un lío muy confuso y enmarañado de sentimientos que no podía ordenar ni agrupar. Al entrar en su coche, agarró el volante con fuerza y apoyó la frente en el mismo, cerrando los ojos y respirando hondo. Quería saber por qué nunca nada le salía bien, por qué siempre la cagaba. Que Caco se marchara iba a ser duro, pero necesario, y perder a las dos personas que más quería en el mundo en una sola semana, dolía.

Dio un respingo cuando escuchó que una de las puertas de su coche, la del copiloto, se abría. Miró con los ojos muy abiertos al intruso, temiendo quién pudiera ser o sus intenciones. Pero cuando reconoció aquellas finas y bellas facciones se calmó durante un momento para volver a sentir un pánico terrible. ¿Cómo iba a lidiar con él ahora? Y lo que era más importante: ¿qué demonios hacía él allí?

- Hola, honey - lo saludó con una sutil y tímida sonrisa.

Estaba nervioso, lo veía en sus ojos, sus preciosos ojos verdes. Y él también estaba nervioso. ¿Cómo debía responder? Dejó que fuera su corazón el que hablara, sin pensar, sin dudar.

- Hola, ángel. ¿Qué haces aquí?

- Quería verte - murmuró apartando su mirada.

- Lando... - susurró, dolido. - Tú fuiste el que te marchaste.

- Tú me obligaste - replicó, mirándolo a los ojos. - No hablemos de eso ahora.

- ¿Y entonces a qué has venido? ¿Debo creer que has venido hasta aquí solo para saludar?

El chico suspiró. Sabía qué quería hacer y sabía cómo hacerlo. Pero Carlos debía reaccionar bien. Y si no lo entendía, si no recibía una explicación, difícilmente iba a poder comprender la situación.

- Te quiero, Carlos. Por eso he venido.

- Sé que me quieres - aseguró el mayor. - Yo también te quiero, Lan. Te quiero tanto que arde.

El piloto de McLaren sonrió. No esperaba menos de su chico, de su hermoso y tozudo español. Le dolía hacer aquello, le dolía estar tomando esa decisión. Pero era lo mejor. Debía serlo. Y si todo salía bien, puede que aun pudiera volver a su hogar después de todo.

2# Voraces || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora