Capítulo 34: Túmbate

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Lando descansaba a lo largo del sofá perezosamente, sintiéndose lleno. Había comido tanto que pensaba que iba a reventar. Tres platos del risotto que había preparado Carlos se había zampado. El español jamás había visto a alguien comer tanto de golpe, y eso que conocía a gente bruta.

- Te vas a poner malo del estómago - le había regañado al principio.

Pero como no estaba comiendo con ansias, sino muy despacito y con calma, quiso darle el beneficio de la duda. A lo mejor terminaba vomitando o cagándose vivo, pero por intentarlo que no quedase.

- ¿Seguro que estás bien? - Insistió el castaño, viendo que su prometido parecía medio muerto en el sofá.

- Déjame, estoy mejor que nunca - respondió sonriendo, sin abrir los ojos. - No sé cómo querían que engordara con la bazofia del hospital - musitó bostezando. - O que descansara con mil dolores distintos.

- Ahora que lo dices, hagamos un repaso de tu recuperación - Carlos se sentó en un huequito del sofá, y enseguida tuvo la cabeza del joven en su regazo. - ¿La contusión?

- Sigo medio disléxico, pero progreso.

- ¿La nariz?

- Más bonita que antes, ni una rinoplastia quedaba tan bien - bromeó tocándose el bultito de su nariz. Lo cierto era que incluso le quedaba bien.

- ¿Las costillas?

- Duelen un poco de vez en cuando, pero bien.

- ¿El pulmón?

- Como una mierda.

- ¿El hombro?

- Otra mierda peor todavía - se rio sin humor, haciendo una mueca de dolor al mover el hombro derecho. - Es que encima es el brazo de la paja - se lamentó, ante el sonrojo y la risa del mayor.

- ¿Y para qué necesitas el hombro en una paja? Es mano, muñeca y codo como mucho.

- También el hombro, Carlitos. No te creas que no lo he intentado.

Los dos se rieron, viendo lo absurda que era su conversación. Pero les gustaba darse cuenta de la confianza que se tenían. Eso de poder hablar sin tapujos era bonito, de veras. Y el inglés amaba poder estar con Carlos y por fin poder expresarle las cosas sin vergüenza, no como cuando salían tres años atrás. Ahora haría falta un ejército para mantenerlo en silencio si quería pedirle algo a su prometido.

- ¿Y el otro brazo? - Siguió el de ojos cafés la conversación, divertido a más no poder.

- No es lo mismo. Se me cansa - hizo una mueca que consiguió que su chico riera a carcajadas. - ¡No te rías, estúpido! Mientras tú te tocabas pensando en mí, yo pensaba en ti y me quedaba con las ganas, desgraciado - se quejó, muy indignado.

- ¿Tú te escuchas? - Carlos no podía parar de reír a aquellas alturas.

Amaba a su ángel. A su desvergonzado y cachondo ángel, que parecía pensar en una sola cosa. Pero viéndolo en perspectiva, el ojiverde tenía razón. Llevaba más de un mes sin poder complacerse, y si estaba acostumbrado a cubrir sus necesidades, la abstinencia no era buena amiga.

- Eres un calenturiento, Lan.

- Sí que lo soy - admitió casi con orgullo. - Tengo veintidós años, Carlos... Tengo necesidades.

- Yo tengo veintisiete, ¿y qué?

- No te hagas el chulo, que hace unos años el que no podía mantener la polla guardada eras tú.

La indignación con la que hablaba era sumamente graciosa para el español, que no podía tomarse en serio nada de esa conversación. Quería demasiado a ese pequeño hormonal, debía confesarlo.

2# Voraces || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora