Capítulo 17.

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Subí las escaleras del porche corriendo y cuando entré pude ver como habían agujeros de bala por todo el salón. En las paredes y en los muebles. Me quedé helada, ¿qué hubiera pasado si hubiésemos estado allí?

Subí al piso de arriba y fui hacia la habitación de mi padre. Estaba sentado sobre su cama mientras Sam le miraba aterrorizado. Estaba cubierto de sangre y con la cara entera morada. Le reconocí por la vieja chaqueta verde que llevaba siempre.

—Lo que faltaba... —Dijo con la voz ronca. Tosió expulsando algo de sangre en el suelo para después escupir. —Estoy bien. Esos italianos no podrán conmigo.

Espera un momento ¿Italianos? ¿Tan fuerte le habían pegado que no sabía lo que decía?

—Sólo vine a por dinero. —Continuó.— ¿Habéis sido tan blandengues que ni siquiera habéis evitado que rompieran las ventanas? Sois unos inútiles.

No podía creer que de verdad estuviera diciéndonos eso, sentía como me ardían todas las extremidades de la rabia, eso no iba a salir bien ¿Después de ponernos él en peligro nos culpaba a nosotros de ser unos cobardes?

—¿Nosotros somos lo inútiles?¿Lo dices enserio, no te has visto la cara? El inútil aquí eres tú, que no sabes ni hacer bien tus mierdas, que te pones tú solo en peligro. Eres mi padre pero ojalá te maten en esos trapicheos que te traes, para que tengas todo lo que te mereces, trozo de mierda.

Al escucharme decir todo aquello Sam se puso blanco mientras que mi padre me miraba como si fuese a cometer un asesinato allí mismo. Tragué saliva manteniendo nuestras miradas. Antes de que nuestro padre saltara Sam decidió entrometerse.

—Papá no puedes irte y decirnos que tengamos cuidado cuando ni siquiera nos explicas lo que pasa. Dinos algo, necesitamos saber qué es lo que tanto tememos.

Le rogó con los ojos mientras que él todavía me miraba con rabia. —El bando de los putos Italianos. Nos están presionando para que les devolvamos un dinero que supuestamente es suyo. Estuvimos vendiendo coca en lo que era su territorio pero nosotros qué coño sabíamos ¡Por dios sólo somos unos putos mandados! ¿Os creéis que yo puedo elegir dónde vender? Pero no os preocupéis... —Sonrió de forma macabra.— que anoche ya contraatacó Flamenco.

Se me heló la sangre, eso era algo gordo, demasiado gordo ¿Quería decir que lo de anoche había sido él? ¿Ese tal Flamenco era el causante del tiroteo? Pero entonces los supuestos italianos debían estar en la fiesta, ¿no?

Una guerra de mafias en la que estaba metido mi padre, contra una mafia que sabía donde vivíamos, seguramente tendrían armas y mucha gente involucrada, que ya habían estado cerca de matarme. En ese momento recordé los agujeros de bala en el salón y un escalofrío subió por mi columna hasta mi nuca.

Miré a Sam con el pulso a doscientos, me miró con los ojos extremadamente abiertos, esto nos venía muy grande, demasiado. Éramos demasiado jóvenes para todo aquello.

—¿Dónde habéis estado todos estos días? Porque veo que no habéis estado aquí.

Me aclaré la garganta recobrando la compostura. —En casa de una compañera de clase.

Obviamente no iba a decirle la verdad.

Asintió mirando al suelo, se levantó tosiendo de nuevo y rebuscó entre su armario. Sam y yo nos miramos desconcertados según nos tendía una pipa.

—Guardárosla, por si os veis en apuros.

—¿No crees que eres tú quien más la necesita ahora mismo? — Preguntó mi hermano algo asustado.

—Yo tengo armas mejores que esta. Cogerla de una puta vez o me arrepentiré.

Di un paso hacia delante. La agarré poniéndomela dentro del borde del pantalón y tapándola con la sudadera. Le señalé intentando parecer lo más amenazante posible.

COMERTE ENTERA © +18  (Aún En Desarrollo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora