Capítulo 30.

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Nuestras maletas estaban en el recibidor mientras yo terminaba de preparar mi neceser de maquillaje. Sam y Jayden no habían vuelto a decir una palabra desde que comenzamos a guardar todo.

¿Cómo podía haberme mentido? ¿Y cómo había sido capaz de echarme de esa forma? Ese no era el Jayden que yo tanto quería. Me odiaba a mí misma, había metido a mi hermana en casa de otro drogadicto sin saberlo, podríamos haber vuelto a estar en peligro.

De hecho lo habíamos estado.

Metí todo lo que quedaba en mi mochila y volví a donde estaban las maletas. Nos pusimos los abrigos por última vez. Metí los brazos en las mangas con lentitud, esperando por si Jayden decidía que estaba equivocado en su decisión. Este nos miraba demacrado, lloriqueando a escondidas.

—Ha sido un placer, Jayden. —Me despedí como la primera vez.

—Te quiero. —Dijo al borde del llanto.

No significaba que se arrepintiera. Aquella era la despedida más triste que había sentido en toda mi vida.

Sin poder responderle abrí la puerta y tomamos las maletas. Acaricié por ultima vez a Peace, la cual nos miraba extrañada, era una gata lista.

Salimos al rellano. Miraba intentando grabarlo todo en mi mente al saber que era la última vez que pisaba lo que por primera vez había sentido como un hogar.

—No dudes en llamarme si necesitas cualquier cosa. —Dijo en el marco de la puerta.

No pude mirarle a los ojos. Continué hacia el ascensor en lo que Sam se despedía con un apretón de manos.



















—¿Podría ser una habitación con dos camas? —Pregunté apoyada en el mostrador mientras Sam observaba el motel putrefacto en el que viviríamos desde aquel momento.

—Serán diecinueve dólares la noche.—Respondió mecánicamente el hombre delgaducho con barba.

—Tome, le pagaré por semanas. 

Tendí los billetes que no tardó en agarrar. Era el motel más barato de la ciudad pero el que peor fama tenía. No registraban a los clientes por lo que era el escondite perfecto para delincuentes y nuestra única opción al ser menores de edad.

—La llave de la habitación setenta y tres.

Tomamos la llave y subimos por las escaleras. El ascensor era antiguo y lo más seguro era que no funcionase.

—Emily no me gusta este sitio. —Susurró Sam según llegamos a nuestra puerta. 

—A mi tampoco, pero no nos llega para más. 

La habitación era minúscula. Las paredes parecían haber sido blancas pero ahora eran de un amarillo aguado a conjunto con la madera seca del suelo que crujía según entrábamos.

Las dos camas eran de un estampado bastante hortera que parecía sacado de una casa de los setenta. 



Colocamos nuestra ropa en el pequeño armario empotrado que apenas abría.

—¿Ahora cuál es el plan? —Preguntó mi hermano después de doblar su última camiseta.

—Yo...No lo sé. Ya veremos cómo salir de esta, ¿está bien?

Estaba demacrada, como si me hubieran anestesiado y estuviera en un sueño que se movía demasiado despacio.

Me senté en la cama con unas ganas abrumantes de llorar. Siempre me hacía la chica fuerte que no quería llorar frente a su hermano pero en aquel momento sentía como si mi vida ya no fuera a mejorar, sentía que ese dolor y ese miedo iba a vivir en mi pecho hasta el final de mis días.

COMERTE ENTERA © +18  (Aún En Desarrollo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora