Capítulo 35.

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—¿Cuánto llevabas ahí? —Preguntó Max.

Sin saber qué hacer había decidido llamarle para que me llevase al motel. Cada vez tenía más borrosa la fiesta con Mich y de verdad que no recordaba dónde estaba mi coche.

—¿Qué hora es?

—Las ocho.

Miré despreocupada mi móvil.—Pues tres horas.

El pelirrojo me miró asombrado. —¿Has estado ahí llorando tres horas?

Asentí puesto que volvía a notar las ganas de llorar. No quería creer todo lo ocurrido aquella noche.

Era domingo, un domingo de esos que contenían un olor a paz y a reminiscencia. Mientras todos resoplaban al pensar en la semana de trabajo y estudios que tenían frente a sus ojos yo sólo podía pensar en una cosa.

¿A dónde estaba yendo?

No físicamente y no en aquel momento...¿Dónde iba a acabar?

Quizás hubiese necesitado las respuestas que nadie podría haberme dado, o por lo menos de forma sincera.

¿Estaba desvariando? Puede ser.

Le agradecí a Max por haberme recogido y sobre todo por el silencio que todavía necesitaba. En cierto modo se estaba volviendo mi cómplice, mi baúl de secretos.

Al entrar en la habitación, para mi sorpresa, Sam estaba sentado al borde de mi cama, con los codos en sus rodillas me miró. Sus ojos me analizaron con preocupación. Por suerte ya no llevaba ,a peluca naranja que ahora guardaba malos recuerdos.

—Hey. —Saludé vagamente dirigiéndome a su cama libre.

Mi hermano suspiró al ver cómo no necesitaba hablar más, me lancé sobre la cama rendida, abatida. —Hey...

No volvimos a hablar en toda la mañana, mi cuerpo no me dejaba en parte. Sentía que al hablar mi cuerpo de desharía, sentía que desaparecería.

Las duras sábanas volvieron a actuar como sepulcro de mis pensamientos. Sus palabras no paraban de volar por todos los rincones de mi cabeza.

(Siempre has sido tú)

¿En realidad qué significaba? ¿Podía decir eso antes de decir que no me quería?

En esos momentos era cuando mi cabeza se desestructuraba y volvía casi automáticamente y totalmente involuntariamente a los antiguos y buenos recuerdos. Deseaba haber podido quedarme en el recuerdo de la casa del lago para siempre, odiaba que las tardes sobre su pecho no hubieran sido eternas, que las noches bajo las mismas sábanas hubieran llegado a su fin. Mi cabeza no aceptaba esos recuerdos pasados y luchaba por volver a ellos para quedarme ahí para siempre, cosa que por desgracia, jamás fue posible.

Por la tarde, después de una breve comida compuesta de más fideos instantáneos comprados por Sam, llamaron a la puerta.

Una ilusión se formó en mi estómago como una pequeña chispa azul de mechero, el camino de mi hermano hacia la puerta casi se me hizo eterno. Escuché como abría la puerta, pero no era la voz que quería.

—Sam, ¿qué tal? ¿Está Emily aquí? —Reconocí la voz de Mich.

—Sí, si que está. ¿Quieres pasar?

Sin una respuesta verbal escuché los pasos del rapado por la madera seca del suelo.

Asomé la cabeza por las sábanas amarillentas, una vergüenza mordaz cubrió mi cuerpo como una segunda manta que desprendía un calor poco agradable. Estaba hecha polvo.

COMERTE ENTERA © +18  (Aún En Desarrollo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora