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Pasó una semana completa antes de que pudiera volver a ver a Lena, pero apenas tuve tiempo la llamé e invité a tomar algo. Aceptó.

En esta segunda cita nos la pasamos hablando cómodamente. Me hubiera gustado más besarla pero me alegré de conocer más sobre ella. Hablamos sobre el trabajo, como su negocio solo sobrevivía y aun así le gustaba. Ella me preguntó sobre mis hermanas y como es que aún seguía trabajando para la policía y ellas ya habían sido ascendidas. Terminé confesándole que sinceramente no me interesaba, que aunque me habían ofrecido dos veces un puesto en homicidios los había rechazado. Me gustaba patrullar las calles, atrapar a los malos y acudir al llamado de ayuda. Todo lo demás era demasiado estresante para mí.

En la tercera cita paseamos por el parque tomadas de la mano, charlando animadamente. Esta vez sí la besé, no con tanta desesperación como en mi departamento pero si con la suficiente pasión como para que fuera difícil alejarme de ella.

Ese día descubrí que ambas éramos muy ordenadas, que nos gustaban casi las mismas películas y algunos grupos musicales. También descubrí que en otras cosas no concordábamos, como la comida china. Ella la odiaba y a mí me encantaba. Además descubrí que ella detestaba conducir y prefería el trasporte público. Le pregunté si estaba loca y solo me respondió que locos estaban los que conducían en una ciudad donde el promedio de velocidad, debido a los atochamientos, no superaba los treinta kilómetros por hora.

Fue en la cuarta cita donde por fin pude tenerla de nuevo en mi departamento.

Estábamos viendo una película cualquiera en la televisión, simplemente disfrutando de la compañía de la otra en silencio. Lena estaba sentada con sus piernas sobre las mías y su cabeza apoyada en mi brazo.

Durante la película mis dedos acariciaron su pantorrilla lentamente. Me entretuve más haciendo círculos con mi pulgar sobre su piel que con la televisión. Solo que cuando apareció una escena de sexo mis dedos se congelaron.

Como vi que la escena continuaba y no hacían esos cortes donde saltaban al siguiente día me giré para ver que ella me estaba mirando.

—Creo que ya es tiempo de avanzar en la relación —murmuró como si nada. Luego giró su rostro en mi dirección y sonrió suavemente.

—¿Y qué tanto podemos avanzar?—. Ella movió las piernas de mi regazo, se levantó y luego se sentó a horcajadas sobre mí.

Observé sus muslos a cada lado de los míos y como su falda me dejaba ver las medias que llevaba, además de sus portaligas.

Me quejé suavemente. No había nada más erótico que una mujer en portaligas.

—Ahora vamos a pasar a las caricias —murmuró, la miré enseguida.

—Caricias —repetí, alzó una ceja—. Me haces sentir como una adolescente —en el amplio sentido de la palabra, pensé.

—Mm, a mí me gustan las caricias—. Sus manos se movieron por mi pecho y acariciaron hasta mi vientre, el cual se contrajo un poco.

Tomé aire para tranquilizarme e hice lo mío al mover mis manos por sus muslos hasta tocar el borde de sus medias. Su boca recorrió mi mandíbula hasta mi oído.

—¿Las caricias tienen un límite? —pregunté con voz ronca y luego inhale suavemente su aroma.

—No —rió suavemente, su aliento en mi oído mando un estremecimiento por mi columna—. No somos adolescentes —besó mi mentón —así que no hay límites, pero seguirán siendo caricias—. Me miró a los ojos unos segundos antes de besarme.

Ni siquiera me dio tiempo a dar mi opinión, y no me importó. Fingí que me lo estaba ordenando, me permití imaginar que ella tenía el control de todo un segundo. Al siguiente me sentí mal por eso. Se suponía que no debía permitir que esas necesidades volvieran a salir, pero era más fuerte que yo y eso me atemorizaba un poco.

Your's; Supercorp Donde viven las historias. Descúbrelo ahora