(𝐈𝐈𝐈)

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 Padre de los dioses y mortales

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 Padre de los dioses y mortales

La diosa de los ojos resplandecientes arribó con celeridad al Olimpo. Otras deidades como Hermes y Apolo la saludaron de manera afectuosa y no se atrevieron a hacerle preguntas.

El aspecto de Atenea en ese momento era cuanto menos curioso. Su preciosa melena castaña se hallaba desordenada, su cuerpo estaba cubierto por una simple túnica de color gris a juego con sus ojos. Los ojos de la diosa brillaban con intensidad.

Hermes y Apolo se entristecieron al percatarse de que su hermanastra hasta ese preciso momento había estado llorando. Se despidieron de ella y dejaron que continuara su camino.

Zeus, el recolector de nubes, la observó desde la distancia. Para él Atenea era la diosa más sabia e inteligente, siendo por tanto su hija favorita. No iba a quedarse de brazos cruzados viendo que su hija sufría en silencio, se acercó a ella.

—Padre Zeus... — dijo ella con un hilo de voz agachando la cabeza.

— Atenea, hija querida, me gustaría hablar contigo. Pero primero dejaré que te serenes, pues sé que algo te aflige — contestó el dios.

***

Una vez que se dio un baño, la diosa guerrera se puso un peplo de color blanco y desenredó su cabello recogiéndolo en un simple moño. Se limpió la cara y respiró hondo. Su padre le aguardaba y era bien sabido por todos que Zeus no era precisamente paciente.

Caminó a toda prisa por el Olimpo hasta llegar a la morada de su padre. Zeus ya la estaba esperando debajo del pórtico por el que se accedía al interior. Le hizo un gesto para que se aproximara a él. Ella obedeció inmediatamente.

— Sígueme, hija. Iremos a mis jardines para poder charlar tranquilamente — dijo el Crónida.

Ambos dioses caminaron uno junto al otro en un cómodo silencio. Por un lado, la diosa guerrera no paraba de pensar en su amado Odiseo, el astuto. Se preguntaba si ya habrían iniciado el viaje, qué sorpresas le tenían preparadas los dioses. Por otro, Zeus, el padre de los dioses, trataba de adivinar qué afligía a su hija.

— Mi preciada hija. Nunca te he visto así de afligida. Cuéntame cuál es el motivo de tu dolor le pidió en un tono suave.

Atenea parpadeó y trató de pensar en una mentira, porque todavía no estaba lista para reconocer en voz alta que el mortal Odiseo despertaba sentimientos en ella que nunca ningún mortal había despertado y mucho menos estaba preparada para confesárselo a su padre cuando él sabía que hacía muchísimos años ella había pronunciado unos votos de castidad que rompió el día anterior al yacer con Odiseo no sólo una vez, sino dos veces.

El dios esperó con relativa paciencia la respuesta de su hija.

—Padre, estoy bien, de verdad— contestó intentando sonar lo más convincente posible.

Pero esa respuesta no convenció al hijo del titán Cronos. Éste le echó " la mirada". Aquella que sólo usaba en contadas ocasiones cuando necesitaba sonsacar información valiosa a algún dios.

Atenea no pudo ante "la mirada" de su padre y se arrojó a sus pies para contarle toda la verdad.

— Padre... te he fallado... ayer rompí mis votos de castidad con el mortal Odiseo.

Zeus se quedó ojiplático al escuchar la confesión de su hija. Él sabía que su hija sentía cierta predilección por aquel mortal, pero no se esperaba en absoluto que ella rompiera sus votos con él.

— Padre Zeus — le imploró la diosa guerrera. No le castigues a él, no tiene culpa de nada, yací con él porque... él despierta sentimientos y deseos impropios de mí.

A Zeus le conmovió la sinceridad de su hija. Le pidió que se levantara y la abrazó.

Le pareció tan noble que ella le suplicara que no castigara a aquel mortal que decidió que ninguno de los dos sería castigado. Por una vez en su vida Zeus no quería ser hipócrita. En muchas ocasiones él se encaprichó de mujeres mortales y diosas por igual y yació con ellas porque así lo quiso, por lo que no vio con malos ojos que su hija yaciera con ese mortal porque así lo quiso.

— Hija mía, ninguno seréis castigados. Bien sabes que ni siquiera los dioses podemos eludir a Eros, estás enamorada de ese mortal. Es mi deber como padre advertirte de tu excelsa involucración con Odiseo, el fecundo en ardides. Sé que en la Guerra de Troya le salvaste varias veces la vida y eso ha hecho que eludas tus obligaciones como diosa olímpica. Es por eso que te pido que no te entrometas más. Deja que sean las Moiras las que decidan cuál será su sino.

Los ojos de Atenea se llenaron de lágrimas y la diosa guerrera se volvió a arrojar a los pies de su padre para implorarle clemencia.

— Padre Zeus, supremo entre los que mandan, por favor, apiádate de mí. Cumpliré con mis deberes de diosa con la diligencia que esperas de mí, nunca te he pedido nada, lo sabes padre. Mis hermanas te han pedido numerosas joyas y riquezas y yo sólo te pedí una lanza, un escudo y un casco dignos de mi cargo. Padre, ahora te pido que me dejes ayudarlo en su viaje. Sé que los oráculos han predicho que le esperan duras pruebas. Deja que le ayude cuando nadie más lo haga, por favor — imploró la abrazando los pies de su padre.

Zeus escuchó con atención la súplica de su hija. Se dio cuenta de que su hija había heredado de él su gran elocuencia y reconoció en silencio que ella tenía razón en todo lo que le estaba exponiendo.

— Hija mía, álzate y escúchame con atención —le ordenó.

Atenea le obedeció y le escuchó atentamente.

— Es cierto, sólo me pediste que te entregara armas dignas de ti y así procedí. Bien sabes que los dioses muchas veces nos hemos inmiscuido en la vida de los mortales. Yo mismo me inmiscuí en la vida de Ganímedes. Me prendió su belleza y por eso le convertí en el copero divino y le concedí la inmortalidad. Veo que tu amor por ese mortal es sincero, por eso, te permitiré que le ayudes sólo en caso de que su vida peligre hasta el punto de que no ser así, morirá. Y como muestra de mi afecto por ti también podrás intervenir si alguna deidad intenta por todos los medios impedir que Odiseo regrese a su hogar.

Atenea, la de los ojos resplandecientes, abrazó a su padre y le dio las gracias por ser tan compasivo.

Atenea, la de los ojos resplandecientes, abrazó a su padre y le dio las gracias por ser tan compasivo

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Nota de la autora: Bueno, aquí tenéis el tercero capítulo. Creo que esta charla tan sincera entre padre e hija era necesaria ¿vosotros qué pensáis?, dejádmelo en los comentarios 💓


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