(𝐈𝐕)

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Asamblea de los dioses

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Asamblea de los dioses

Palas Atenea echó a un lado sus pensamientos en torno a Odiseo. Su gran amor por el héroe griego quedó relegado a un segundo plano. Ahora bien, esto no fue fácil para la diosa guerrera. En muchas ocasiones sus deseos de descender a la Tierra y rencontrarse con su mortal predilecto eran muy grandes y tuvo que hacer acopio de toda su capacidad de raciocinio y lealtad a su padre para vencerlos y no desviarse de su camino.

Y decidió que era pertinente que se centrara otra vez en realizar sus labores de diosa con la mayor de las diligencias. Atendió los sacrificios que le ofrecían los mortales buscando su favor, se apiadó de aquellos que imploraban su misericordia en sus oraciones.

***

Todas las deidades observaron con extrañeza el comportamiento de Atenea. No entendían por qué de repente prestaba especial atención a todos los sacrificios que presentaban los griegos buscando su favor. A excepción de Zeus. El hijo de Cronos era el único que entendía la razón por la que el comportamiento de su hija en cierto modo se volvió errático. Decidió apiadarse de ella y para mostrar una vez más la gran estima que sentía por ella, decidió contarle las últimas nuevas que había oído relativas al héroe Odiseo.

— Hija mía, Odiseo y sus hombres están actualmente en la isla de los lotófagos.

La cara de Atenea se contrajo en una expresión de temor y sufrimiento, pues sabía que aquellos hombres que consumieran las flores de loto olvidarían sus orígenes, sus hogares y familias, viviendo el resto de su existencia sumidos en una feliz ignorancia.

— ¿Y Odiseo?, ¿está bien? — preguntó ella presa de la preocupación por su amado mortal.

Zeus la miró con ojos tristes al ver lo mucho que estaba sufriendo por ese mortal.

— Él está bien. Ya sabes lo inteligente que es. Él no ha consumido las flores de loto y no lo hará.

Atenea soltó un suspiro de alivio y abrazó a su padre.

— La inteligencia de mi amado es casi pareja a la nuestra — dijo pensando en voz alta. Se sonrojó de vergüenza cuando su padre le miró con confusión.

Zeus se rio al notar lo enamorada que estaba su hija. Algo que para él hasta ese momento era impensable.

— Sí, amada hija. Su inteligencia le ha vuelto a salvar una vez más. También me han informado de que ningún mortal te adora con la vehemencia con la que Odiseo lo hace. Todas las noches antes de dormir te suplica que le ilumines con tu sabiduría. Morfeo me ha contado que en sueños el pobre héroe murmura tu nombre con la esperanza de que aparezcas a su lado.

Los ojos de la diosa de guerrera se llenaron de lágrimas. Necesitaba ver a Odiseo y tenerlo entre sus brazos. La diosa habría descendido a la Tierra y habría acudido al lado del héroe de no haber sido por su padre. Éste sujetó uno de sus brazos con fuerza y la retuvo. La diosa intentó por todos los medios zafarse del agarre de su padre, pero no pudo hacerlo.

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