(𝐕𝐈)

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Los caminos de Eros

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Los caminos de Eros

Odiseo fue recibido en el palacio del rey de Feacia con todos los honores. Se le dieron ropajes nuevos y una cena abundante. La reina intentó en dos ocasiones preguntar por sus orígenes al misterioso extranjero que había irrumpido en palacio. Pero los dos reyes de Feacia vieron el agotamiento y cansancio en la cara del héroe y decidieron que se merecía cenar en paz y descansar en una lujosa habitación que habían preparado expresamente para él.

Odiseo disfrutó de los numerosos y suntuosos manjares que le ofrecieron y antes de marchar a sus aposentos dio las gracias a los reyes de Feacia por su gran acogida y les dijo que su hija era muy bella y que seguro que pronto tendría a un pretendiente digno de ella. Los reyes le dieron las gracias y dejaron que se marchara.

***

El héroe decidió desnudarse y se metió entre las sábanas. Antes de dormirse dio las gracias a Atenea por su ayuda, pues sospechó que ella había estado a su lado en todo momento y que sobre todo le ayudó a llegar al palacio de los reyes de Feacia haciéndose pasar por una joven muchacha.

Habían pasado casi 10 años desde la última vez que se vieron el mortal y la diosa. Un tiempo demasiado prolongado en el que ambos sufrieron por la ausencia del otro. Pese a ello, ninguno perdió la esperanza de que volverían a reencontrarse y estar juntos. Odiseo no podía olvidar cómo la diosa le había ayudado a ser liberado de la isla de Calipso y quería agradecérselo. Quería besarla demostrándole la gran devoción que sentía por ella. Quería darle placer hasta que Aurora, la de los dedos rosados, trajera consigo un nuevo amanecer.

***

Atenea estaba inquieta observando desde el Olimpo todo lo que iba teniendo lugar en la isla de Feacia. Tenía claro que no iba a esperar más tiempo porque ardía en deseos por volver a ver a su mortal predilecto. 10 años era demasiado tiempo para estar alejados, incluso para la propia diosa. Se escapó del Olimpo en plena noche aprovechando que todas las deidades salvo Nix descansaban e irrumpió en el palacio de Feacia. Buscó a Odiseo en todas las habitaciones. Su desesperación iba en aumento al no dar con él. Finalmente halló la habitación en la que él se encontraba. Su corazón latía con fuerza. Nunca había estado tan nerviosa e ilusionada por rencontrarse con alguien, cerró la puerta para disponer de total privacidad.

— Odiseo— le llamó mientras chasqueaba los dedos para encender una lámpara de aceite que había en la habitación.

El astuto héroe abrió los ojos sorprendido por la luz y le pareció reconocer a Atenea. Tal era su incredulidad que tuvo que frotarse los ojos varias veces para asegurarse de que así era. El ambos intercambiaron miradas lascivas. La diosa guerrera se sintió desnuda ante su mirada. Quería recompensar y premiar a su predilecto mortal por haber llegado sano y salvo a Feacia.

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