𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟮𝟭.

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¿𝐒𝐚𝐛𝐞́𝐢𝐬 𝐞𝐬𝐚𝐬 𝐯𝐞𝐜𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐪𝐮𝐞𝐫𝐞́𝐢𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚𝐫 𝐝𝐞 𝐥𝐥𝐨𝐫𝐚𝐫 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐥 𝐛𝐢𝐞𝐧 𝐝𝐞 𝐯𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐜𝐮𝐞𝐫𝐩𝐨, pero os es meramente imposible lograr que ocurra? Pues eso era lo que me estaba pasando a mi mientras me encontraba entre los brazos de Charles. Quería parar de llorar por el dolor de cabeza que, sin lugar a dudas, tendría después, pero me era imposible.

Las lágrimas caían de mis ojos sin que yo pudiera detenerlos. El disgusto que me había llevado había sido grande. No solo me había tocado asumir que iba a tener que pasar las Navidades en San Francisco, sino que, además, me iba a tocar buscarme otro curro. Había sido cauta y había aprovechado el que no me gustara nada ese periodo de fiestas para pillar la semana de Nochebuena en el trabajo. Todo el mundo quería librarse de ella, así que fui feliz consiguiéndola. Mi jefe, también. Y claro, con este puto golpe de realidad, me iba a matar por decirle que no iba a poder ir, lo que venía siendo igual a que me iba a despedir.

A parte de eso, también estaba el hecho de que mi padre acababa de dejarme caer que a mi madre ya la tenía más que superada. No me lo esperé, más que nada por la filosofía propia que tenía entorno a eso a lo largo de mi vida. Y es que, en mi opinión, si pasabas página del fallecimiento de tu mujer casándote con alguien a ni un año de su muerte, y nunca te habías dignado a visitar su tumba, lo siento, pero algo dentro de ti no iba bien.

Como era de esperar, esa verdad me generó muchas otras preguntas que procuré dejar a un lado por el momento. Bastante tenía ya con asumir que había personas que podían superar la muerte de un ser querido con facilidad, como con un suspiro. A mi me parecía imposible. Había querido a mi madre mucho, como nunca había querido a nadie, y la seguiría queriendo toda mi vida. Aprender a vivir con su muerte era algo había logrado llevar y aceptar, pero superarla... no, eso iba a ser imposible, nunca lo haría.

Y por todo eso, por todas mis dudas y las mil y una preguntas que comenzaron a bombardear mi cabeza, no di más de mí.

Desconocí cuanto tiempo estuve entre sus brazos, unos que no me soltaron en ningún momento, pero sí supe que fue bastante por la forma en la que le costó incorporarse cuando me ayudó a levantarme a mí para llevarme a uno de los sofás que había en la terraza.

Me ayudó a sentarme. No articuló una sola palabra. No me preguntó por nada, ni por mis padres, ni por la discusión... por nada. Se quedó sentado a mi lado, esperando que me tranquilizara mientras su brazo, ese que previamente había pasado por mis hombros, me estrechaba contra él.

Tenía puesta la mirada al frente. De vez en cuando me limpiaba las mejillas entre sollozos e hipidos, esos que, a medida que pasaban los minutos y la noche entraba en su plenitud, cesaban.

HEARTBREAK GIRL ; charles leclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora