𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟯𝟳.

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》𝟐𝟎 𝐃𝐄 𝐃𝐈𝐂𝐈𝐄𝐌𝐁𝐑𝐄 𝐃𝐄 𝟐𝟎𝟐𝟐, 𝐒𝐀𝐍 𝐅𝐑𝐀𝐍𝐂𝐈𝐒𝐂𝐎, 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐃𝐎𝐒 𝐔𝐍𝐈𝐃𝐎𝐒

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𝐂𝐚𝐭𝐨𝐫𝐜𝐞 𝐡𝐨𝐫𝐚𝐬 𝐦𝐚́𝐬 𝐭𝐚𝐫𝐝𝐞, 𝐚𝐥𝐥𝐢́ 𝐦𝐞 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐛𝐚. 𝐒𝐚𝐧 𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨 𝐝𝐮𝐥𝐜𝐞 San Francisco. No lo había echado de menos lo más mínimo, aunque si debía de admitir que seguía igual de bonito que siempre. El atardecer ayudaba a ello, pero ni aún con esas lograba sentirme ilusionada por el regreso a la ciudad. Y todo se debía al disgusto que aún perduraba en mí interior.

No me había pasado el viaje llorando, lo cual agradecía y se debió a que me tiré la mitad del trayecto dormida y la otra mitad comiendo y viendo películas de Disney. Eran mi serotonina y no se me podía culpar. Lo ponían todo tan sencillo, un amor tan accesible, que hacían una se olvidase de los problemas que tenía encima.

Y lo agradecí.

Me dio el respiro que necesitaba para ordenar un poco mis ideas, y también para, nada más poner un pie fuera del aeropuerto, tras haberles enviado un simple mensaje tanto a Arthur como a Charles de que estaba bien, llamar a un taxi y pedir que me llevara a la villa familiar como si aquello fuera algo rutinario.

Al vivir algo lejos del centro debido a que mi padre, por raro que sonase, amaba la naturaleza, tardé lo suyo en llegar. Una hora nada más y nada menos y, por vuestro bien, es mejor que no sepáis lo que pagué por el trayecto.

Poner un pie fuera del vehículo no fue complicado, lo complicado resultó el armarme de valor y tocar el timbre, llamar a la casa esperando que la sorpresa surcara por los rostros de todos los trabajadores de esta.

Y ocurrió, solo que no obtuve una sola palabra a través del telefonillo por parte de nadie. Me abrieron, sí, pero no tuve el recibimiento esperado. ¿Habría cambiado mi padre a la ama de llaves? ¿Al personal en general?

Con esas preguntas en mente me aventuré a arrastrar las maletas por el pequeño paseo que mi padre se había molestado en crear para no pisar la hierba y joder la estética del porche. 

Di un pequeño empujón a la puerta, entrando dentro. Y de no ser qué fui arrollada por Coco hubiera acabado en el recibidor de pie. El perro que adopté hacía tres años aún me recordaba, lo cual me entusiasmó y me hizo soltar una gran carcajada. Era una pena que la residencia no me permitiera tener animales.

Lo abracé con mis brazos, besando su pequeña y blanca cabeza acariciándolo sin parar.

— ¡Mi bebé! ¿Cómo has estado?

HEARTBREAK GIRL ; charles leclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora