Punto de vista de Daniela:
Ainmhithe (s): El animal que vive dentro de ti, despertándote y devorándote.
—María José... —Dije, casi en un susurro.
María José me miró con una expresión extremadamente seria, como si no entendiera por qué estaba allí. Luego miró rápidamente la chaqueta en sus manos y luego me miró de nuevo. Seguí su mirada y probablemente, su razonamiento.
Ambas estábamos allí por David.
—Lo siento, no sé en qué estaba pensando David. —Dijo María José, dejando su chaqueta en un sofá de cuero negro, detrás de la gran mesa de profesores.
No dije nada, solo di unos pasos más en la habitación. María José, a diferencia de mí, caminó hacia la puerta de la sala.
—¿A dónde vas? —Pregunté tan pronto como pasó a mi lado, a punto de salir de la habitación.
María José se detuvo, agarró la manija de la puerta y me miró por encima de su hombro.
—Feliz año nuevo, Daniela. —Dijo y abrió la puerta de la habitación.
Mi cuerpo estaba lleno de un incontrolable sentido de posesión y pertenencia. Un calor incinerador y un frío paralizante me consumieron de la cabeza a los pies, mordiéndome las piernas y subiendo por mi cuerpo, hasta que no hubo parte de mí que no palpitara y gritara el nombre de María José.
Antes de que ella atravesara la puerta, me acerqué a ella y envolví mi brazo con fuerza alrededor de su cintura, haciéndola regresar completamente a la habitación y con la otra mano, empujé la puerta, instintivamente, poniendo mi mano en la llave y cerrando la puerta.
—Daniela, ¿qué estás...? —Trató de preguntar María José y rápidamente la giré hacia mí, haciendo que su cuerpo chocara con el mío y así, impedirle hablar.
Todo mi cuerpo era un órgano palpitante. Pulsando de deseo. Pulsando por María José.
—Te quiero María José. Y te quiero ahora. —Dije lo que mi cuerpo y mi corazón gritaban, antes de tirar de ella hacia un beso profundo del que no pretendía soltarla.
Sentí el pecho de María José chocar con el mío, mientras trataba de respirar en medio del beso y yo llevé mi mano a su rostro, jalándola hacia mí y profundizando aún más ese intercambio de sentimientos que nos consumía de la cabeza a los pies.
María José envolvió un brazo alrededor de mi cuerpo también, apretándome más fuerte que yo. La empujé a través de la habitación, hasta que mi cuerpo se estrelló contra la mesa detrás de mí y le di la vuelta, presionándola contra la mesa.
Nuestros cuerpos eran dos bolas de fuego, consumiendo y quemando.
La mujer mayor sujetó mis labios contra los suyos y lamió, chupó, mordió, dolorosamente lenta e intensamente. Sentí sus manos subiendo por la parte posterior de mi cuello y sus dedos subiendo por mi cabello, tomando los mechones hasta que ella lo tuvo todo en su mano y tiró con fuerza hacia atrás, justo cuando ella chupó mi lengua y yo, en respuesta desesperada a la enloquecedora sensación, clavé mis uñas en sus brazos y los arrastre inconmensurablemente. Tan pronto como María José soltó mi lengua, mordí su labio inferior y sentí que su piel se erizaba bajo mis manos.
Encontré la cremallera de su vestido y la bajé por completo, dejando su espalda expuesta y levanté mis manos ligeramente, tocando su piel, sintiéndola volverse una con mi propia piel.
Los fuegos artificiales explotaron en el cielo y el ruido incesante llenó la habitación, antes llena solo por los sonidos casi inaudibles de nuestros toques exasperados.