Finitus

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Punto de vista de Daniela:

Finitus (s.): El "infinito" de las cosas finitas.

Una vez escuché de una mujer sabía que, casualmente o no, era mi abuela, la siguiente frase: "con tiempo y amor, todo se puede curar." En ese momento, cuando mi corazón estaba increíblemente roto, aquello me sonaba mucho más a un cliché que se había repetido a lo largo de los años, para consolar a quienes atraviesan momentos difíciles en la vida, que como una verdad que me salvaría del más profundo de mis dolores.

Después de todo, ¿cómo podría salir de mí ese dolor cuando parecía ser todo lo que me hacía existir? Sabía que el factor tiempo era independiente de cualquier voluntad o cualquier acción, ajena incluso a mí, dueña de ese caos, sin embargo, lo que me preocupaba en esta ecuación propuesta por la anciana de piel arrugada y manos delgadas, era el factor amor, porque éste, a diferencia de su compañero, dependía al cien por cien de una voluntad, de una voluntad ajena a la mía, pensé; de una voluntad que nunca me daría el amor para lograr la curación que tan desesperadamente necesitaba. Amor materno.

La mayor sorpresa para mí, de todo lo que pasó después de que esa frase se introdujera en mi vida ese domingo por la tarde después de almorzar con mi abuela en su casa verde y blanca en los suburbios de Boston, fue que...tenía razón. ¡Sí, mi abuela tenía razón! Con el tiempo y el amor, todo dolor sucumbe a la curación.

Esta era una verdad absolutamente nueva que se me había presentado y en gran medida, para mí, que siempre había estado absolutamente entregada a una mayor sensibilidad y una percepción siempre muy exaltada de las cosas que me rodeaban, descubrir aquello era estimulante.

Sin embargo, absolutamente nada me tomó por tal impacto y tanta euforia como el descubrimiento que hice de que el amor de la ecuación, el que tiene poderes curativos mágicos, no era el amor que me vino de alguien, al contrario, el amor de propiedades divinas era la que solo yo podía darme. El camino hacia este descubrimiento no había sido fácil y mientras lo recorría, descubrí que el tiempo, esta grandeza física de conceptualización imposible, tiene formas peculiares y muy particulares de moldearnos a través de los caminos que elegimos seguir durante nuestro viaje por la vida.

Mi punto de inflexión había sido doloroso, pero necesario para que mi experiencia como ser humano tomara la dirección correcta. Como si fuera un tren a 100 kilómetros por hora, siguiendo vías a veces demasiado estrechas o anchas, hasta que el tiempo de las cosas de repente me desvió hacia la vía correcta, donde encajo perfectamente y pude experimentar la vida y todas tus lecciones en el manera correcta. Sin embargo, este repentino cambio de pista me dejó fuera de balance durante un tiempo, hasta que todo encajó y pude seguir.

Y fue en este mismo momento de desequilibrio que descubrí una de las lecciones más importantes sobre mi proceso de evolución personal: aceptación, cuestionamiento, acción. Descubrí que necesitaba aceptar quién era y a partir de eso, determinar qué era bueno para mí y qué no era bueno y luego tomar medidas.

Yo era lesbiana. Me gustaba el cuerpo femenino y me identificaba emocionalmente con las mujeres. No hombres. Y estaba construyendo una familia con una mujer. Necesitaba aceptar esto. Y lo acepté. Así que me pregunté si eso me convertía en una buena o en una mala persona y en este momento descubrí que este hecho, este pequeño hecho, en lo profundo de mi esfera de amor, me convertía en una persona. Punto. Ni buena ni mala, solo...una persona. La magia del amor propio sucedió en la acción, cuando decidí que no sería más que lo que realmente era. Y en acción, me liberé.

A lo largo de los años, tanto las experiencias positivas como las negativas sobre mí han pasado por este tamiz de aceptación, cuestionamiento, acción; para que quedara lo bueno y lo malo, traté de salir de mí. Después de todo, no cambiamos o seguimos siendo lo que no reconocemos que es, y cuando aprendí a ser, aprendí a amarme a mí misma de una manera que estaba más allá de mi alcance.

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