Punto de vista de Daniela:
Faüress (s.): fuego que consume la carne. Ardor de la piel.
—Te amo.
La frase me salió como una sonrisa. El movimiento de mis labios cuando dije que la amaba me devolvió la sensación de estar sonriendo, una gran y hermosa sonrisa, a pesar de mi expresión serena. En ese momento entendí lo que era sentirse plena. No estaba ansiosa por una respuesta de María José, ni siquiera esperaba una respuesta, como esperé una confesión de pasión o gusto mutuo meses atrás. Esta vez todo fue diferente. El amor no se trataba de un sentimiento que necesitaba retribución para existir y lo entendí en ese momento, mirando los ojos de María José.
—Te amo. —Dijo María José. No como respuesta ni como complemento a lo que había dicho, sino como una declaración personal.
Allí, en ese segundo específico de tiempo, que fue completamente desconocido para mí, entendí que el amor por un lado es muy bueno, pero el amor al cuadrado, el amor de vuelta, el amor que va y viene es la explosión de todo un universo entero, común de dos, dentro de dos cuerpos diferentes.
No nos perdimos en nosotras mismas mientras nos miramos. Esta vez, a diferencia de todas las demás veces, nos encontramos.
Apoyé mis brazos al lado del cuerpo de María José y siguiendo solo mis deseos, presioné mi cuerpo sobre el de ella, comenzando por nuestras caderas, pechos y terminando el intenso contacto con sus labios. No esperé a que ella me permitiera un contacto fuerte, cerré mis labios con los de ella, que se separaron fácilmente y chupé su labio inferior, sosteniéndolo en mi boca hasta que la escuché gemir roncamente con su boca pegada a la mía. Mi sexo reaccionó vergonzosamente a ese gemido empapado. Mi deseo pasó de querer besarla a hacerla sentir mi excitación goteando; queriendo sentirla dentro de mí.
Estuve a un paso de tomar la mano de María José para hacerla sentirme cuando sentí su cuerpo sacudirse contra el mío, empujándome sobre la cama de modo que caí de espaldas a la ventana y la mujer con el cabello caído hacia adelante ahora me sostenía por las muñecas contra la cama.
Su mirada era completamente diferente. Su respiración salió pesadamente de su pecho y la fuerza con la que me agarró dejó muy claro lo que quería.
Una sonrisa malévola llena de lujuria tiró de sus labios, acompañada de su mirada que brillaba reflejando un tono rojizo que no sabía si era real o si mi propio deseo ardiente se reflejaba en sus ojos. Intenté decir algo, pero olvidé todas las palabras. María José ensanchó una sonrisa casi diabólica en sus labios.
—¿Quieres saber un secreto sobre mí? —Pregunto, quitando sus manos de mis muñecas para quitarse su propia blusa. —No muevas las manos.
—Uhmm... —Murmuré, sin saber muy bien cómo concentrarme en hablar cuando mi sexo latía tan ferozmente, con el contacto de ella, que pesaba su cuerpo justo sobre mi cadera.
Buscando más contacto, llevé mis manos a las caderas de María José para presionarla aún más contra mí, pero María José alcanzó mis muñecas antes de que la tocara y las devolví casi abruptamente sobre mi cabeza, apoyada en la cama. Su cuerpo, libre de la blusa, mostraba sus pechos cubiertos por un sujetador de encaje tan negro que la piel dorada de María José lucía perlada.
La mujer colocó sus pechos a propósito en mi cara y lentamente arrastró su sexo sobre el mío mientras hablaba en un tono amenazador y sexy.
—Me gusta mucho que me obedezcan. —Dijo ella, presionando sus manos en mis muñecas y mirándome a los ojos tan de cerca y con tanta intensidad que sentí como si una espada caliente hubiera salido de sus ojos, entrara en los míos y cruzara mi cuerpo de un solo golpe, mojando mi sexo tan vergonzosamente que lo sentí gotear por mis muslos a pesar de que estaba usando pantalones. —Me obedecerá, señorita Calle? —Preguntó, poniendo su boca cerca de mi oído y sentí mi nervio palpitar con un deseo desesperado por ella.