Punto de vista de Daniela.
Inefable (adj.): Demasiado increíble para expresarlo con palabras.
Ya no sentía mi mano. Toda la semana había pasado todo mi tiempo libre haciendo réplicas del dibujo que María José me había ordenado hacer, por si quería quedarme en su clase.
El martes, apenas llegué de la clase del profesor Newton, había hecho el trabajo que él nos había dicho que hiciéramos y después de dos horas trabajando en el resumen crítico de un artículo sobre el trabajo de Piet Mondrian, comencé a hacer el primer dibujo de un centenar.
Era casi la una de la madrugada cuando terminé el primer dibujo. Al principio, pensé que mis trazos saldrían muy claros, como lis del dibujo que me habían entregado, pero el resultado final fue horrible. Ni siquiera se acercaba al dibujo original, aunque debería reconocer que había hecho un buen trabajo de alguna manera, no era, ni mucho, un trabajo excepcional como el que tenía a mano y algo dentro de mí me decía que si no le entregaba dibujos perfectos a la profesora Garzón, sería penalizada por eso de alguna manera. En ese momento, ya no sabía qué esperar de ella, pero era predecible que las cosas buenas nunca serían.
El sábado de esa misma semana, treinta y ocho dibujos después, con la mano derecha ardiendo de dolor en los músculos de la muñeca, con una bolsa de hielo colocada casi constantemente en mi mano y una ligera desesperación al pensar que definitivamente no lo lograría. No podría terminar los cien dibujos para la clase del martes, me encontraba inclinada en mi escritorio, dentro del dormitorio, con la mano envuelta en un paño frío, con lágrimas en los ojos, pensando en renunciar a la vida, acompañada de Kayla quien desde el martes había decidido que se quedaría despierta conmigo para no dejarme sola y que en ese momento estaba acostada en su cama resolviendo los cincuenta ejercicios de matemáticas que el profesor Solomon nos había dado para entregar el lunes.
—Deberías ir y quejarte al coordinador, Dani. Sé que no quieres, pero sigo pensando que solucionaría algo. —Dijo Kayla, por milésima vez.
Levanté la cabeza y la miré.
—En serio Dani, voy contigo. Y si quieres, podemos llamar a Kelly, estoy segura de que ella también lo hará. —Dijo ella, quitándose las gafas de la cara y poniéndolas sobre la cama.
—No, Kay. —Respondí, sin molestarme en volver a explicar el motivo.
Ya habíamos tenido esa conversación más de diez veces. No me quejaría de la profesora Garzón con el coordinador. Incluso podría resolver el problema de los cien dibujos y despedirme de eso, pero solo empeoraría las cosas que ella me persiguiera más en clase. Además del hecho de que, en el fondo, no pensaba que él realmente hiciera nada, porque ella era profesora y tenía total autonomía para evaluar a los estudiantes como quisiera durante las clases. Quizás había un poco de orgullo de mi parte por no querer fallar...Quizás.
—Está bien, está bien, pero al menos date un respiro, no has dejado de dibujar desde el martes. Apenas has dormido. —Argumentó Kayla, tratando de convencerme, nuevamente de que dejara de dibujar como una loca.
—Si no continúo, no podré terminar. —Dije simplemente, desenrollando la toalla fría de mi mano y luego secándola con una toalla seca.
—Eres terca. —Kayla soltó un bufido, dejó caer la lista de ejercicios del profesor Solomon en su cama y se acercó a mí, deteniéndose justo detrás de mí. —¡Wow esto es increíble! —Dijo, mirando mi dibujo.
—Pero no tan increíble como eso. —Señalé el dibujo que estaba reproduciendo.
Kayla puso los ojos en blanco.