|CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO: THEODORO DE LUCA.|

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THEODORO DE LUCA

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THEODORO DE LUCA.


Shock.


Con los pies pegados al suelo, me quedo petrificado mirando la similitud de esa mujer con ella, el color de sus ojos son casi iguales y no puedo pasar por desapercibido su sonrisa. Mi mirada no la deja en ningún momento, sé que ahora mismo no tengo vergüenza alguna.


¿Cómo puede ser posible?


De repente, la mujer conecta su iris con el mío y mi alma abandona mi cuerpo.


¿Es ella?


Decido arriesgarme e ir tras de ella, pero no alcanzo a dar un paso cuando un hombre llega a su costado y la toma de la mano, la mujer le sonríe y se va sin mirar atrás.

Sacudo mi cabeza tratando de asimilar lo que acabo de ver.

No puede ser posible.

Un sudor frio invade mi cuerpo de repente, aprieto la maleta en mi mano y decido olvidar todo lo que acaba de pasar.

Mi pasado volvió a mí en menos de unos segundos y aún me afecta. Pero no en el sentido en el que muchos pensarían, sino por ella. Mi novia.

La busco con mi mirada y la hallo al frente de la pantalla de vuelos, como fija su mirada en el tiquete, la pantalla y su celular.

Darla debe saberlo.

Me acerco a su lugar y la veo sonreír.


—Nuestro vuelo sale en una hora, si ningún imprevisto sucede. ¿Quieres comer algo antes?


Su iris me mira fijamente y agradezco enormemente poder verla, no sé cómo Darla puede vivir sin ver los rostros de las personas, aunque bueno, ella puede ver muchas cosas que ni por más que pagará podría hacerlo.


Mentiras.


Engaños.


Falsas ilusiones.


Debe saberlo.


—Amor— la miro fijamente, tomo una de sus mechas rubias cereza en mis manos y la enrolo con mis dedos

—¿Sí?— la suelto y sonrió al ver el resultado, algo ondulado.

—¿De qué tienes ganas?

—De ti.

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