04: ¿¡El número de la bonita armadora!?

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Cuando llego a casa, le cuento a mamá cómo nos fue y después de su consuelo, me voy a mi cuarto a tirarme a la cama, esperando a que ella me llame para ir a comer.

Prendo la luz y observo mi contexto. Paredes rosas con bordes blancos, una cama en medio con colchas gorditas colores pastel y una almohada blanca. Mamá me ha cambiado las sábanas, qué bien. También está mi buró y mi armario blanco que pinté por puro aburrimiento a los doce años.

Hay luces colgadas bajo el techo, así que apago la principal y las enciendo. Focos fucsias iluminando mi cuarto que lucen geniales, especialmente para las fotos. Quiero tomarme algunas, así que me iré bañar; donde me relajo y suspiro, pensando en el partido del día.

Pero esta vez no me concentro en eso. Pienso en la bonita armadora que me dio su número. Quiero llamarla, quiero escuchar su voz otra vez y disfrutar un rato más de sus ojos. Era tan linda, espero que con hablar pueda convertirme en su amiga. ¡Incluso podríamos jugar juntas! Sería tan increíble...

Salgo del baño envuelta en una toalla y observo mi armario. Solo los costados están pintados, porque decidí sacarle las puertas y dejar solo las estanterías. De una parte cuelgan las minifaldas que uso para salir a fiestas, pantalones y camisas. Al otro lado, dobladas, están mis camisetas y pantalones cortos.

¡Pero no usaré nada de eso para mis fotos!

De puntitas, camino hasta mi puerta y pongo seguro con una sonrisa. Este es el mejor momento de todos, cuando subo fotos de mi cuerpo y recibo me gustas de chicos desconocidos; supongo es el único momento del día en el que tengo un poco de autoestima.

Me agacho para abrir mi cajón de ropa interior y busco algún conjunto. Hay unos que mamá me compró, creyéndose la excusa de que me siento cómoda usando la tela casi inexistente sobre mí, y hay otros que me compré yo con mis ahorros. Son caros, demasiado. Lo que me hace enojar... ¿¡Qué tan cara puede llegar a ser una tela que muestra todo!?

En fin, dejando las quejas de lado, me cambio mientras me pongo crema en todo el cuerpo. Mirándome al espejo, noto que hay algunos cuantos moretones, celulitis y estrías que comienzan a nacer... como odio esto.

Al terminar de arreglarme, dejo mi toalla a un lado y apago las luces, tirándome a la cama con mi teléfono en manos. Sonrío bajo la luz fucsia, poniendo música y acomodándome para comenzar con mi sesión de fotos.

Bien, ¡les diré el truco de estas! Es la iluminación. No tiene que verse tanto todo, estas luces fucsias que tengo me ayudan. También, otro truco, es no mostrar tu cara. O mejor dicho, otro consejo. Porque no es seguro hacer eso.

La primera foto que tomo es desde mi cuello y extendiéndose hasta mis caderas, que muestran solo mi pelvis gracias a la braga rosada. Dejo mi mano sobre mis clavículas y la tomo con una sonrisa.

La segunda que tomo es con mi estómago pegado al colchón, alzando mis caderas y... ¡click! Segunda foto lista.

Me saco muchas fotos en diferentes posiciones, disfrutando el momento mientras tarareo las canciones que estoy escuchando.

—¡Shoyo, la comida ya está lista!

Suspiro, dando un saltito en mi lugar. Siempre me asusto cuando me estoy sacando fotos y escucho a mamá llamarme. Siento que entrará a mi cuarto en cualquier momento, incluso cuando la puerta tiene seguro.

—¡Ya voy!

Me levanto de la cama, atando mi cabello y caminando hasta el armario para buscar algo cómodo. Me conformo con la sudadera que Tanaka se dejó aquí sin querer y una calza cortita.

—¡Shoyo!

—¡Que ya voy, mamá!

Grito, irritándome. Me arreglo rápidamente y salgo del cuarto, tomando mi ropa y tirándola al cesto de basura. Está transpirada y es asqueroso.

Y ahora es cuando me pregunto, después de comer, por qué carajo hice eso.

—¡Mamá, no me digas que ya lavaste la ropa!

—¡Ay, Shoyo! ¡No me asustes así!

Se supone que debería estar durmiendo. Son las once de la noche y yo debería estar en la cama, pero no encuentro el número de Kageyama.

Esta noche iba a hablarle pero no lo encuentro por ningún lado. Entonces llega el momento en el que recuerdo que eché mi ropa al cesto de basura y mientras corro hacia la lavandería, le ruego a Dios y al cielo que mamá no haya lavado nada.

—¡¿Lavaste mi ropa!?

—Sí, hija. Mañana la tienes que usar, ¿qué pensabas?

—¡Ay, no!

Solté un grito dramáticamente desgarrador, cayendo sobre mis rodillas al suelo. Mamá —que se llama Eiko, por cierto—, me mira confundida y a su vez, probablemente pensando, por qué tiene una hija tan estúpida como yo.

—¡Mamá, arruinaste mi vida! —lloriqueó en el suelo y a su vez golpeándolo.

—¿Por qué?

—¡Ahí tenía el número de la- de un chico!

—Ah... así que eso era el papel que saqué todo roto... —Mamá murmuró y yo lloriqueé con más fuerza—. Por suerte no lo tiré. Fijate si puedes unir las piezas.

Alzo mi mirada del suelo.

—¿¡Todavía tienes el papel!?

—Está sobre la mesa.

—¡Gracias, mamá! —grité, levantándome y comenzando a correr—. ¡Te amo!

—¡No grites que está durmiendo tu hermano!

Pretty Setter | Kagehina FEM Donde viven las historias. Descúbrelo ahora