4. Primera impresión

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Cuando Víctor Nikiforov revisó su reloj y se dio cuenta que recién eran las tres de la tarde sintió que el día, incluso después de doce horas de vuelo, parecía ser eterno.

Se sentía agotado y una ligera punzada en las sienes no lo dejaba pensar con claridad.

Por fin, después de idas y venidas a la embajada, de trámites engorrosos durante una semana, se hallaba en Japón. Yakov Feltsman lo había convencido de tomar un avión y lanzarse a la aventura con un príncipe, no de ninguna tribu del páramo africano, sino de uno de los países más ricos del planeta.

Víctor aún se preguntaba si había hecho lo correcto. ¿Podría encontrar algo especial en Yuuri Katsuki fuera del glamour y el lujo? El hermoso palacio donde se encontraba, rodeado de jardines y muros de piedra sobre una colina,  le hacía entrever lo contrario.

―Nikiforov-San, ya puede pasar.

La voz suave de la mujer que lo había dejado esperando en esa pequeña sala lo sacó del trance. Asintió con una leve sonrisa y la siguió por otro pasillo aún más largo y amplio. Luego de doblar a la izquierda, la mujer abrió otra habitación y lo invitó a entrar.

―En un momento lo acompañará Okukawa-Sama. Con permiso.

Víctor agradeció y tan pronto como quedó solo, una emoción casi infantil lo embargó cuando se dio cuenta que, en una esquina de la sala, se encontraba  un gran objeto  que llamó su atención de inmediato.

Víctor agradeció y tan pronto como quedó solo, una emoción casi infantil lo embargó cuando se dio cuenta que, en una esquina de la sala, se encontraba  un gran objeto  que llamó su atención de inmediato

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No tenía duda alguna, era la armadura de un samurai. La de un verdadero samurai, no de los que presentaban en las películas mal adaptadas de Hollywood. Su estructura, compuesta por placas superpuestas de acero oscuro que imitaban una coraza de armadillo sobre los hombros, la pechera recia y elaborada con detalle y una careta con el casco amplio que cubría el rostro eran imposibles de confundir.

Era impresionante.

Lleno de recuerdos de su niñez, en los que ya se sentía atraído por culturas diferentes a la suya, pensó en tocarla. Recorrió con los dedos cada lámina forjada, repasó varias veces las hendiduras y quedó fascinado con la careta terrorífica. Era por esa clase de cosas que se había vuelto periodista gráfico y había trabajado en medio mundo, aunque esta era la primera vez en Japón.

―Si lo rompe, lo paga―una voz femenina seguida de una suave risa lo sorprendió, retirando por impulso la mano de la reliquia frente a él. Una hermosa y esbelta mujer lo observaba entretenida y él trató de inmediato de mantenerse en una postura profesional.

―Discúlpeme, no quise…

―Pierda cuidado, Nikiforov- San. No es el primer invitado en tocar esa armadura valorizada en medio millón de euros.

―¡Medio millón de euros!―Victor se alejó de inmediato del objeto.

―Sí ―respondió risueña―. Por favor, siéntese.

Kiku  No  YuuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora