11. Después de todo

164 36 68
                                    

La única razón por la que su alteza imperial, el príncipe Yuuri, bajó a desayunar en familia, fue porque sus majestades se lo pidieron expresamente. Yuuri sabía que no le iba bien al tomar, mucho menos lidiando con las consecuencias de ello. El dolor de cabeza profundo que le causaba malestar al estar expuesto a la luz y la garganta afectada que generaba su voz ronca solo eran soportables gracias al analgésico que se había tomado antes de bajar.

―¡Su alteza imperial, el príncipe Yuuri!

El chico tuvo que taparse parcialmente las orejas. ¿Acaso Nishigori siempre había tenido esa horrible y estruendosa voz? Él no lo recordaba.

―Vaya, vaya, si es nuestro querido catador de champagne imperial. ¿Cómo te sientes, hijo?

Ese era Toshiya, quien se veía fresco lechuga y entretenido con la imagen de su hijo con resaca.

―Buenos días―La mala gana era evidente.

―No parecen tan buenos para ti, ven, siéntate con nosotros.

―Toshiya, no seas tan pesado con tu hijo.

―No, si el que parece pesado y con cara de pocos amigos es él ―Yuuri se sentó al lado derecho de Toshiya, quien encabezaba la mesa. Al otro lado lo acompañaba su esposa y, al lado de esta, Minako-Sensei―. Takeshi-San, por favor trae un poco de Umeboshi* con arroz para curar la resaca del príncipe ―El rostro asqueado de Yuuri al escuchar eso lo hizo reconsiderar el pedido―. No, mejor trae mucho Umeboshi con arroz.

Nishigori asintió y se dirigió con prisa a la cocina, mientras Yuuri se sentía observado por todos los presentes. 

¿Por qué parecía que querían confabularse contra él? ¿Acaso ya no era suficiente castigo el sentirse como aplastado por un tren bala?

―¿Po-por qué me miran todos así? ―se atrevió a preguntar incómodo.

Los presentes se miraron unos a otros, como si fuera obvio, pero su asesora, al ver su confusión, se atrevió a hablar.

―¿Cómo que por qué, su alteza imperial?. Yo ya hice mi trabajo y conté la primera parte, ahora le toca a usted contarnos cómo fue.

Yuuri observó confundido a su asesora.

―¿Cómo fue qué?

―La disculpa.

―¿Qué disculpa?

―La que le ofreciste a Victor-San para que se quedara, hijo ―Hiroko agregó.

Yuuri expulsó de su boca el pedazo de ciruela que segundos antes Nishigori le había traído.

―¿Le ofrecí una disculpa y la aceptó?

La sola idea de tener a Víctor por más tiempo aceleró su corazón de inmediato. Al final sí podía ver la luz del túnel. Aunque no funcionaba así con su memoria.

―Pues claro que sí ―aseguró Minako, ahora confundida por su respuesta―. Al menos es lo que me dijo después de que te llevé de regreso a la habitación. 

Yuuri trató con todas sus fuerzas de recordar lo que había pasado luego de las mil copas de champagne que había bebido, pero todos sus recuerdos aparecían borrosos. Recordaba a Víctor conversando amenamente con otros, recordaba al miserable de Matsukawa y también recordaba los ojos de Víctor mirándolo. ¿Quizás le dijo que lo llevaría a conocer el mar en Murakami? No recordaba muy bien eso, pero lo más desconcertante era que, en medio de todos esos borrosos recuerdos, las disculpas no parecían aparecerse.

―Yuuri…

Pero el príncipe solo cubrió su rostro con sus manos sin querer escuchar nada a su alrededor. No podía ser que se olvidara de lo más importante. Se había querido armar de valor con ayuda del alcohol para poder disculparse con Víctor y lo había hecho sin poder recordar cómo.

Kiku  No  YuuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora