1. Dos mundos diferentes

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Víctor Nikiforov supo que esa noche había exagerado con las botellas de Vodka cuando su teléfono celular empezó a sonar con fuerza y la cabeza le empezó a doler aparatosamente. Con esfuerzo pudo abrir uno de sus ojos, sintiendo un rechazo inmediato a la luz que se filtraba por su cortina de tul.

No tenía idea de cómo había llegado al sofá de su departamento sin haber perdido alguna prenda de ropa en el camino. Solo sabía que el teléfono seguía sonando incansable y que debía parar la estruendosa tonada que salía de su parlante.

―¡Maldición Chris, cuando encuentre el maldito teléfono te voy a matar! ―Buscó desesperado debajo del sillón y de los cojines mientras el celular parecía  destrozarse a pedazos con las voces enérgicas y la percusión incansable de la parte más intensa de la Fortuna de Carmina Burana. Seguro para su amigo, el poner una tonada así con esa resaca, debía ser gracioso. Víctor quería tan solo destrozar el aparato.

Por fin, luego de buscar en el piso, lo  divisó  a pocos metros de ahí. Se lanzó a tomarlo y contestó.

―¿Por qué diablos no contestas más rápido? Me estaba haciendo más viejo con cada timbre.

Víctor se quedó callado por un momento. La voz fuerte y enérgica que parecía salir del celular le era demasiado conocida. Pero no, no podía ser. Llevaba años sin saber nada de él.

―¿Aló?―gritó nuevamente el hombre―. ¡Maldición, Víctor! ¿estás ahí o no?

―Ya…¿Yakov?

―¡Por supuesto que soy yo! ¿Quién más podría ser? ¿El ratón de los dientes?

No, eso debía ser un sueño. Su antiguo jefe no había hablado con él desde que había renunciado años atrás. Era imposible que, Yakov Feltsman, editor en jefe durante años del The Wallstreet Journal, asesor del Frankfurter Allgemeine Zeitung y en su juventud corresponsal de prensa de conflictos armados a nivel mundial, lo hubiera llamado a él después de tanto tiempo. Eso no podía ser.

―Yakov, pero qué…¿Estás seguro que no te has equivocado de número?

El hombre gruñó como siempre lo hacía cada vez que pensaba que Víctor había abierto la boca  para decir alguna tontería.

―Oye, muchacho, ¿eres Víctor Nikiforov o no?

―Sí.

―Entonces no me he equivocado. Quiero hablar contigo y como noto que recién te has levantado y ya pasamos el mediodía, asumo que no tienes nada mejor que hacer que hablar conmigo. 

Eso era cierto. Ese día, como muchos otros desde que se había alejado del periodismo, no tenía nada mejor que sentarse en la sala a ver televisión y comer cualquier cosa que no estuviera podrida en su refrigeradora. Pero no lo iba a admitir, mucho menos a su ex-jefe.

―Pues da la casualidad que acabé un proyecto ayer, Yakov. Por eso tengo hoy libre.

Otro gruñido lleno de incredulidad llenó el auricular. Víctor podía lidiar con muchas cosas, pero no los gruñidos de Yakov cuando sabía que le estaba mintiendo sobre algo. Ansioso, empezó a masajearse las sienes en respuesta al dolor de cabeza que en esos segundos se había acrecentado.

―Y bien―siguió Yakov―. ¿Qué has estado haciendo en estos tres años, Vitya? ¿Beber como si no hubiera mañana o encerrarte como hongo mirando programas basura en la televisión?

Víctor no tuvo el valor para decir que sí a ambos, solo pudo soltar una risa nerviosa sin poder evitarlo.

―Tú sabes―expresó seguido de otra risa nerviosa―. Sesiones de fotos por aquí y por allá, lo de siempre.

Kiku  No  YuuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora