8. Decisiones

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Habían dos personajes de la cultura japonesa que desde niño habían impresionado a Víctor: el Samurai y los ninjas. Ambos eran guerreros y luchaban con un objetivo, pero la forma cómo encaraban las situaciones, era la que enaltecía o deslucía sus acciones.

Víctor era como un Samurai la mayor parte del tiempo. Su trabajo actualmente lo llevaba a asumir labores muy honorables en favor de la corona, de una manera frontal y transparente. Cumplía con sus actividades con diligencia y responsabilidad y todos parecían conocer y respetar su trabajo allí.

Sin embargo, debía admitir que para la difícil labor que le habían encomendado, también había tenido que convertirse de tiempo en tiempo en ninja.

De una u otra manera Víctor había tenido que volverse un espía y tomar medidas discutibles para conseguir su meta en la segunda semana de trabajo con el príncipe.

Lo primero que hizo fue seguir las actividades de este fuera de las sesiones protocolares. Para ello, aprovechó su cercanía con Nishigori, el mayordomo que lo atendía durante las comidas. Este estaba casado con Yuuko, el ama de llaves del palacio.   Gracias a él, Víctor se enteró que el príncipe se levantaba temprano para atender las flores del jardín por un rato, luego subía a desayunar y después empezaba sus labores protocolares. 

Después de realizar sus actividades almorzaba y tenía un par de horas libres en los que leía en la biblioteca, se iba a cuidar nuevamente un poco sus plantas o practicaba algún deporte, este último no siempre.

En la tarde volvía a cumplir diversas actividades y cerraba con alguna reunión, para lo cual volvía a arreglarse y en la noche, si tenía el tiempo y la tranquilidad, se iba a patinar.

Esta valiosa información le permitió seguir con la segunda fase de su plan, pues lo que hizo a continuación fue escabullirse por los recovecos del palacio como si fuera un ninja infiltrado para lograr capturar imágenes del príncipe a cierta distancia.

Había observado los sitios donde no habían cámaras y, aunque no podía realizar acercamientos de primer cuadro, los resultados que había conseguido habían sido sorprendentes.

Unas hermosas fotos en el jardín, donde su alteza imperial se hallaba hablando con las plantas lo enterneció, otras más en los pasillos con el príncipe conversando con un par de mucamas, recogiendo unas cosas que se les habían caído mientras pasaba por ahí y además otras más que lo sorprendieron cuando descubrió que el príncipe practicaba kyūdō en el jardín cuando sus tiempos lo permitían. 

Según Nishigori, el arte con el arco y flecha tradicional había sido adoptado en la familia imperial varias décadas atrás. Tanto la princesa Mari como el príncipe Yuuri habían tenido clases desde pequeños y supuestamente era un deporte que trabajaba la disciplina y el equilibrio interior.

Víctor encontró fascinante la tranquilidad que apreció ver en el príncipe mientras levantaba el arco de dos metros y tuvo que aguantarse de no gritar varias veces emocionado cada vez que el príncipe daba casi con el blanco.

Lo último que consiguió fue una imagen del príncipe deslizándose con suavidad sobre la pista de hielo, pero no pudo hacer más porque el príncipe sintió el ruido mínimo de la cámara y se paró a observar todo. Víctor había lamentado no poder hacer más ese día.

Chris había tenido mucha razón en cuanto a que el príncipe parecía una caja de sorpresas. En verdad lo era, era un enorme baúl lleno de cosas que Víctor no terminaba de entender.

Ahora, con las fotos reveladas, el periodista se sintió satisfecho luego de una semana ardua de trabajo. Había hecho lo que había podido y lo había hecho con toda la mejor intención. Esperaba que ello fuera bien recibido.

Kiku  No  YuuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora