3. Problemas en el paraíso

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Luego de un suspiro profundo el emperador Toshiya dejó a un lado con molestia el periódico que le habían mostrado. Desde muy joven sabía que la mayoría de artículos que se escribían sobre la casa imperial no eran confiables, más aún considerando que era la prensa internacional la más comprometida en bombardear a su familia con absurdas informaciones.

―Su majestad, me temo que desde la última vez que conversamos, ha aumentado la cantidad de este tipo de artículos.

Toshiya miró a su Primer Ministro seriamente. El hombre, impuesto por todos menos por él, había resultado ser una persona muy capaz y confiable, con quién había atravesado más de un conflicto diplomático complicado. Ahora, al parecer, tendrían que afrontar otro.

―¿No sería más fácil el dejar a un lado a esta prensa sensacionalista, Hiromu-Sama? No es la primera vez  que ignoramos esta clase de informaciones.

―Su Majestad, ese es exactamente el problema ―Esta vez la seriedad en su rostro preocupó a Toshiya―. Las informaciones esta vez son serias y alarmantes. Hemos realizado un sondeo oficial y casi el ochenta por ciento de la población cree que con usted debería morir la dinastía. La princesa Mari renunció a sus derechos imperiales para casarse con un plebeyo y su alteza imperial, el príncipe Yuuri, se esconde de la prensa.

―Mi hijo solo es algo tímido, Hiromu-Sama.

―Su hijo va a representar algún día a más de ciento veinticinco millones de personas, su Majestad y no puede darse el lujo de ser tímido si quiere dirigir a uno de los países más prósperos del mundo.

El golpe de la puerta fue la señal perfecta para acabar con la acalorada conversación. Una mujer madura y esbelta pidió permiso para entrar y, tras ella, pronto se divisó al hombre en cuestión: su alteza imperial Yuuri Katsuki llevaba un pantalón caqui y un suéter celeste de Cachemira.

―Primer Ministro, su Majestad, aquí les traigo a su alteza imperial.

―Muchas gracias, Okukawa-Sama. Hijo, ven, siéntate, tenemos que hablar.

Yuuri asintió, acomodándose en el sofá más cercano.

―Okuwaka-Sama, como asesora personal del príncipe y la responsable de la planificación de esta misión, la invito a participar de esta reunión.

La elegante mujer asintió con delicadeza y se colocó en el sillón más cercano al príncipe.

―Su alteza imperial―expresó con respeto el político―, aunque es un honor poder dirigirme a usted, me temo que debemos tratar un tema muy delicado.

Yuuri buscó con la mirada a su asesora, quién no le pudo ocultar algo de preocupación. Eso puso a Yuuri aún más ansioso de lo que se sentía al entrar al salón.

―Hiromu-Sama, agradezco su interés por conversar conmigo, pero le pido que sea directo y conciso. Me temo que cada minuto que pasa sin decírmelo  me preocupa más.

―Seré breve, su alteza ―Sin perder el tiempo colocó frente al príncipe cuatro ediciones de diversos diarios en inglés, francés y español. Yuuri ojeó todos, dejándose llevar por los títulos y algunas partes de los artículos. Todos ellos consternados por su timidez y falta de acercamiento con el pueblo japonés. No pudo ocultar más su incomodidad y le lanzó una mirada irritada hacia el político.

―Hiromu-Sama, ¿me está diciendo que debo preocuparme por un par de artículos que lo único que buscan es realzar con malas intenciones mi limitada presencia en asuntos oficiales?

―Su Alteza, entienda…

―¡Es absurdo que empecemos a dar crédito a diarios como esos!

―No, Yuuri no lo es―la voz fuerte y seria del emperador dejó por un momento en silencio la habitación.

Kiku  No  YuuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora