Matrimonio Arreglado

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El salteño sólo tenía dos opciones, pero el tiempo se le estaba agotando con cada segundo que pasaba. Tenía que tomar la decisión más difícil de toda su vida; hacer feliz a su familia o ser feliz con el amor de su vida. Parecía que no era algo complejo, pero Marcos era una persona que amaba a su familia, con sus virtudes y defectos, eran una familia muy unida, o eso era hasta que descubrieron que su hijo estaba enamorado de otro hombre, no le dejaron más opción que casarse con Julieta, una chica de familia adinerada y muy bonita. Al principio Ginocchio estaba seguro de elegir a su familia por sobre todas las cosas, pero ahora, parado en el altar, y viendo al amor de su vida sentado en el primer banco con los ojos rojos e hinchados por el llanto, su mirada perdida en el suelo y sin su tipica sonrisa en el rostro, creía que había tomado la peor decisión de su vida. Para su pesar, su futura esposa y él habían hablado por llamada a escondidas esa mañana...

-Marcos, no es que yo no te quiera, pero en serio... ¿Cómo podés casarte conmigo cuando tu corazón le pertenece a otra persona? -la chica llevaba diez minutos intentando que el salteño entre en razón.

-Porque mi familia quiere eso... Ellos no me quieren ver con Agu'... -comentó triste el de ojos verdes.

-Ay Dios, pero Marquitos, ellos no se van a acostar en la cama conmigo, ellos no van a estar en tu casa todo el tiempo, y mucho menos en tu corazón... -suspiró bajo la rubia.

-Ya lo sé, prima... -contestó frustrado el castaño sentándose en su cama con tristeza.

-Hablé con Agustín... -soltó la chica luego de unos segundos de silencio.

-¿Qué? ¿Por qué? ¿Que le dijo? -arremetió Marcos nervioso y ansioso, quería saber si su chico aún lo amaba, si él aún lo quería, o al menos lo extrañaba.

-Lo invité a la boda. Al principio se negó pero terminó aceptando... Y espero que cuando lo veas ahí, sentado, triste y solo, recapacites. O que al menos te des cuenta de que es más importante tu corazón que tu familia.

Luego de eso la chica cortó la llamada. Y al final el tiempo le dio la razón, porque ahora que no podía despegar su mirada de Agustín, se daba cuenta de que no podría vivir sin él, necesitaba al platense malhumorado que no paraba de hablar y contarle sobre videojuegos y animes que él claramente no entendía, pero aún así lo escuchaba. Extrañaba abrazar su menudo cuerpo entre sus fornidos brazos, tenerlo en la cama y acurrucarse junto a él en la noche, debatir sobre comer comida chatarra o algo sano ocasionalmente, sus chistes de mal gusto que tanto lo hacían reír al salteño. Lo extrañaba a él, a Frodo, a su enano. La ceremonia comenzó a la par de que las lágrimas de Marcos comenzaban a salir, Julieta lo miraba de reojo con tristeza, ella no quería verlo así, porque se notaba de lejos que eran por tristeza y no alegría. Cuando el cura le preguntó a Julieta si acepta a Marcos, ella asintió a su pesar, esperaba que el mayor hiciera lo correcto cuando fuera su turno.

-Y usted, Marcos Ginocchio, ¿Acepta a Julieta Poggio como su legítima esposa? -preguntó el hombre sonriente.

-Yo... Y-Yo... -las palabras no salían de su boca, sentía una gran opresión en el pecho, su respiración era irregular y las lágrimas no permitían que el castaño viera con claridad.

-Son los nervios, no se preocupen... -aseguró el cura-. Volveré a preguntar, Marcos, ¿Aceptas a Julieta como tu esposa?

El salteño volteó a verla y no sintió nada, ni un mínimo rastro de afecto hacia la chica. De reojo vió a su chico, Agustín estaba viéndolo con los ojos llenos de lágrimas, estaba pensando en irse, no soportaría ver al amor de su vida dar el "sí, quiero" en el altar con otra persona que no fuera él. Marcos se detuvo a verlo un momento, sus ojos celestes, su cabello rizado, su cuerpo menudo pero fascinante. Notó como se levantaba con cautela para irse y su corazón se estrujó en su pecho. No, no podía dejarlo ir.

-Agustín... -dijo en voz firme y alta, haciendo voltear al chico que estaba por irse.

-¿Mhm? -murmuró sorprendido el más bajo, aún tratando de contener sus lágrimas.

-No te podés ir... No sin mí -volvió a ver a Julieta con una pequeña sonrisa-. Gracias... Te debo una...

-No hay de qué, ahora andá y dale un gran beso al amor de tu vida.

Susurró alegre y dándole un leve golpe en la espalda para que éste comenzara a caminar. Marcos se encaminó rápidamente hacia el hermoso chico de cabello rizado, pese a las críticas de la gente y el llanto desconsolado de su madre, ésta era su vida y la viviría como quisiera. Feliz junto al hombre que ama. Cuando estuvo en frente del enano, lo tomó con firmeza de la cintura y lo besó, delante de todo el mundo y con Dios de testigo, ese beso era un pacto entre ellos, de que pese a las adversidades, seguirían juntos. Al separarse, el de ojos verdes miró con alegría a los del contrario.

-Te amo, Agu'... Y nunca más te voy a dejar ir... -murmuró el salteño abrazándolo con todo el amor que contenía en su corazón.

-Te amo, Marquitos... -susurró el más bajo correspondiendo al abrazo.

Ambos se fueron de la Iglesia con una amplia sonrisa en sus rostros, ahora por fin podrían iniciar su vida juntos, sin nada ni nadie que los detenga. Ésta era su nueva vida sin esconderse o sentirse culpable por amar. A partir de ahora, Marcos se había prometido a sí mismo que no dejaría que nadie lo alejara, otra vez, de su enano. Porque su vida sin Agustín, no era vida.

MARGUS // ONE-SHOTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora