PARTE 2

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Cuando Pedro recobra la consciencia ya no se encuentra en el dormitorio de su nuevo patrón. A decir verdad, no sabe en dónde se encuentra. No hasta que voltea la cabeza y ve que tiene algo enganchado a su antebrazo — no hasta que sigue con la mirada esa tira de plástico transparente y ve que conecta con una vía de suero.

Y ve en la pared contraria un crucifijo colgado bajo un reloj, y bajo el crucifijo un ramo de azucenas dentro de un florero. Todo muy blanco, tan blanco que casi le duelen los ojos nomás de tenerlos abiertos.

Ahhhhh.

Está en el hospital.

¡¿En el hospital?!

—¡Pedro! Pedrito, qué susto nos diste.

Y cuando voltea hacia el otro lado de la camilla se encuentra con su hermana levantándose de un sofá que luce bastante incómodo. La niña, su sobrina, apenas si se mueve en su sueño profundo.

—¿Así tanto? —le dice Pedro burlón, cuando Violeta se acerca a acariciarle la mejilla— no exagere. Míreme qué bien estoy.

Su hermana lo mira con reprobación.

—No me da nada de gracia.

Pedro le toma la mano con el brazo que tiene libre. Su hermana tiene los ojos rojos e hinchados.

—¿Ya no te duele? Mira nomás como tienes la cabeza. Toditito lleno de moretones...

Pedro siente las vendas apretujadas aplastándole el cabello y apenas se da cuenta de las que le envuelven el pie izquierdo, desde el tobillo hasta cubrirle el último dedo.

—Ah, pos sí... —asiente, suspirando y sintiendo el pecho que lo oprime— esta vez sí que estuvo bien feo.

—Hmph, —su hermana infla el pecho y cruza los brazos, su pose de regaño— estás inconsciente desde ayer.

—Bueno pero ya me desperté, ¿no? Ándele, quite esa cara de velorio. A ver, ¿una sonrisita? Una sonrisita de mi florcita, no sea mala, ¿eh? —Pedro le vuelve a agarrar la mano— ¿sí? ¿Qué maneras de recibirme al mundo son esas? Nomás muestreme las paletas, aaaaandele. Un poquito.

Violeta no puede evitar sonreír ante la insistencia.

—¡Periiiico!

Y de repente el momento es interrumpido por una pequeña de rulos dorados tomando carrera y subiéndose a la cama.

—¡Quiubole, güerita! —la saluda Pedro, al momento que su madre le pasa los brazos por debajo de las axilas y la baja de vuelta al piso.

—Tucita, estate quieta. ¿Qué no ves que el tío todavía ta malo?

Pedro chista la lengua y le guiña un ojo a su sobrina.

—Pero no se murió... —dice la niña, mirando a su tío con interés, sin dudas repitiendo alguna conversación que habrá escuchado, y Pedro sacude la cabeza y mira a su hermana con reprobación.

—Pero qué cosas... ¿qué le dice siempre el tío, eh? Que tiene siete vidas como los gatos, ¿a poco no, güerita?

Y la pequeña intenta volver a treparse a la cama. Violeta suelta un suspiro cansado pero Pedro la manotea de la ropa para subirla a su lado antes de que la vuelva a bajar. Le duele el brazo y el pecho le arde, pero se aguanta.

—Sí, es verdad —asiente la niña acomodándose a su costado.

—Pues ya te quedan nomás cuatro, —masculla Violeta— voy por una enfermera.

Pero no llega a la puerta antes de que esta se abra.

—Buenas tardes —saluda el recién llegado. Su nuevo patrón entra a la habitación como perro por su casa, sonriendo y quitándose el sombrero para saludar cortesmente a su hermana.

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora