PARTE 12

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—¡Y te comportas! Nada de andar correteando por ay descalza ni agarrando bichos, ¿oíste?

La Tucita hace un puchero y se voltea a su tío, que le devuelve la expresión y sacude la cabeza con un guiño conspirativo.

—Vooooy, —dice la niña— ¿y entonces quiago?

—Pues tú quietesita —le dice su madre con severidad, bajando de la yegua y sacudiéndose el polvo de la ropa.

—Quietesita —repite Pedro con un deje de burla, dejando la niña en el suelo y tomando las riendas de ambos caballos para llevarlos al establo. La Tusa toma una bocanada de aire emocionada cuando ve al perro de Don Jorge acostado junto a la puerta, que alza las orejas al verlos llegar.

—¡Chiquiiitoooo! —chilla la pequeña, y el ovejero alemán se levanta y viene corriendo hacia ella con tanta emoción que Violeta la manotea con urgencia antes de que la tumbe.

—¡Quieto! —exclama Violeta— ¡Chiquito, ya!

La Tucita se deja lamer los cachetes con gusto y el ovejero alemán se sigue zarandeando de un lado a otro como si no la hubiera visto nomás hace un par de días. Y entonces se escucha uno de esos chiflidos tan característicos y el perro se da la vuelta y regresa a la puerta de la casa desde donde lo llaman.

Y la Tucita suelta otro grito emocionado, bastante idéntico al anterior:

—¡Joooorge!

Esta vez Violeta no alcanza a sujetarla antes de que salga corriendo hacia el dueño de la hacienda, que sonríe de oreja a oreja y extiende los brazos para levantar a la niña como si fuera aquello lo más natural del mundo, como si lo hiciera todos los días. Como si fuera su propia hija. Pedro regresa del establo para encontrarse con esa escena y con su hermana aproximándose a la casa con las manos en la cintura y agitando la cabeza.

—Adiooos, adiós... —Don Jorge la saluda a su sobrina con cariño, sosteniéndola en sus brazos como si pesara no más que una pluma.

Tucita, no seas impertinente, —masculla Violeta— ándale, ya déjalo. Disculpe usté, patrón...

—¿Disculpas por qué? —le responde Jorge, con un tono exagerado y dando un paso atrás cuando Violeta extiende los brazos para sacarle a la niña.

—Jorge, —continúa Tucita, con sus pequeñas manos sobre la camisa blanca del patrón— ¿ya viste qué lindo es el Pericooo?

Su patrón parpadea desconcertado y parece que se aclara la garganta, envía una mirada de soslayo a Pedro que los observa de brazos cruzados y agitando la cabeza como una copia de su hermana menor.

—¿C-cómo? —balbucea Don Jorge con una risita nerviosa.

—Así le pusieron al potrillo nuevo de Don Joaquín, —le explica Pedro encogiéndose de hombros— disque porque yo lo ayude a nacer, ps.

—¡Ahhhh! —se ríe Jorge, y acomoda a la Tusa sobre sus brazos para verla mejor— ese Perico.

—¡Pos claro! —exclama la pequeña, arrojando sus brazos al aire con aire teatral y asintiendo hacia Pedro— ¡ni modo que este!

—Oigame, ¿cómo que "este"? —interrumpe Pedro con aire ofendido.

—Pos... —continúa la niña, volviendo a mirar al patrón con interés— ¿traes caramelos? —la Tusa se mueve inquieta en los brazos del patrón como tratando de ver si hay algo en sus bolsillos, pero quien responde no es Don Jorge sino Antonio que aparece desde la sala.

—Jorgito siempre trae caramelos.

La Tusa da vuelta el rostro y lo mira con curiosidad. El abogado le devuelve una sonrisa deslumbrante y luego se acerca a Violeta para extender su mano a modo de saludo.

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora