PARTE 11

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—Le encargo a mi Chiquito, Doña Rosa, —Jorge dirige su mirada hacia su perro acostado junto a la puerta principal, muy quietesito como si supiera a la perfección que su amigo más fiel está a punto de dejarlo— cuídemelo bien. No deje que Joselito me lo consienta mucho, eh.

Su criada se pasa las manos por el delantal de cocina que le llega hasta las rodillas.

—Yo se los cuido, patrón. Usté vaya tranquilo.

Jorge le dedica una sonrisa.

—Muchas gra- —y pronto esa sonrisa es reemplazada por una expresión de desaprobación— ¿cómo que "se los cuido"?

Una expresión de desaprobación que a Doña Rosa no le hace efecto alguno, pues se cruza de brazos y lo mira demasiado divertida.

—Que le cuido al peeerro, —masculla la mujer, y se encoge de hombros y se da la vuelta con dirección a la cocina, ahora con una expresión de inocencia— y al chaparro también. Yo nomás digo...

Jorge solo atina a sacudir la cabeza.

No sabe qué le da a Doña Rosa la impresión de que Pedro se considera siquiera amigo suyo.

Ni es su amigo, ni su "chiquito", ni su "chaparro" ni su nada. Nada más que su empleado, como tan claro se lo dejó ayer en ese intercambio de palabras que tuvieron junto al puente.

No significa que no le tiente la idea de darle a ella la razón, de pedirle que lo cuide a él también pues si algo ha aprendido Jorge en su corta estadía en la hacienda es que Pedro parece tomarse muchas cosas a la ligera y su salud es una de esas cosas. Es demasiado impulsivo.

Ah sí, mi Chiquito.

"¡¿Cómo me llamó?!"

No puede evitar sonreír ante el recuerdo.

Tampoco sabe cuál es la fuerza que lo empuja a molestarlo a su montero cada vez que tiene la oportunidad. Será que desde el primer día Jorge notó su personalidad volátil, cómo se ponían rojas sus mejillas cuando se enojaba, cómo tan fácilmente adoptaba una postura defensiva porque claramente no se le ocurría otra manera de responderle más que enviándole falsas miraditas asesinas.

O a lo mejor eso es lo que Jorge quería ver. Lo que se estaba imaginando que Pedro estaba haciendo, y lo que Pedro estaba haciendo en realidad era rechazar abiertamente sus coqueteos y esas miraditas asesinas no eran tan falsas como él las creía ser.

Suelta un suspiro y se regresa a la habitación para comprobar que no deja nada de necesidad.

Ahora que ya ha tenido hasta una confirmación, ahora que Pedro le dijo de su propia boca que él no le interesa en lo más mínimo, Jorge todavía se da el lujo de dudarlo.

Porque Doña Rosa parece segura de sí misma.

Porque él algo notó en Pedro la mañana de ayer, en sus ojos cuando tuvieron esa conversación en el estudio y porque no puede ser que todo aquello haya sido solamente una farsa. No es posible que Pedro sea tan buen actor, que aquellos besos no hayan significado nada, que se le haya ocurrido arrodillarse frente a él y hacerlo ver las estrellas con esos labios y que lo haya hecho por un tonto sentido de obligación. Siquiera considerarlo hace que la piel se le ponga de gallina.

¿Tan poca confianza tiene Pedro en él, que se le ocurrió pagarle de esa manera? ¿Que se le ocurrió, primero, que había siquiera algo que pagar? ¿Qué le dió esa impresión? Jorge jamás le pidió que hiciera nada semejante, no cree haberle insinuado algo así en ningún momento. Jamás lo ha tratado a Pedro con altanería, jamás le ha hecho sentir que lo busca nada más por un momento de diversión pasajera, que se aprovecha de su posición de autoridad alguna manera.

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora