PARTE 9

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Pedro está sentado en esa silla como un chiquillo en la oficina de la directora. Al menos así se siente.

Le devuelve la mirada intensa a Jorge y no se deja amedrentar.

Nomás está aquí porque su florcita le suplicó que aclarara el asunto.

Bueno, si por "suplicar" se entiende que lo aventó de la cama con sábanas y todo hace nomás una hora, que lo amenazó con una cuchara llena de salsa de tomate mientras preparaba el desayuno y que lo empujó fuera de la casa todavía descalzo.

Pedro está sentado en esa silla con los brazos cruzados nomás porque Violeta lo obligó. Porque su patrón algo le dijo anoche, Pedro está más que seguro. Anoche cuando (aparentemente) lo dejó en su casa luego de que José lo abandonara a su suerte en el pueblo.

Sí. Algo le ha de haber dicho a su hermana para que se pusiera tan insistente. Algo referente a su viajecito a la ciudad.

—Estoy esperando —le dice Jorge, con las manos sobre el escritorio, serio como Pedro no acostumbra verlo.

Raro es que no lo mire con esa sonrisita burlona, si es que ya se ha enterado de todo.

—Cuando usted quiera.

—¡¿Y si no quiero?! —exclama Pedro, saltando de su silla por segunda vez.

Jorge se recuesta sobre la suya y se encoge de hombros.

—Pues peor para usted, Pedro. Ya se lo dije que solamente quiero ayudarlo.

Pedro ya se siente acalorado nomás del coraje que toda esta situación le causa. Le duele la cabeza y la resaca lo está matando, gritar no lo está ayudando en nada pero no puede evitar ponerse a la defensiva.

—¡¿Y si ese viejo ya le dijo todo pa qué viene a preguntarme?! ¡¿Qué más quiere?!

—Quiero escuchar su versión, —le dice Jorge con voz calmada, con esa paciencia que lo caracteriza y que Pedro ha de admitir que a él le falta. Otro punto más para su patrón. Otra cosa más que lo enoja de él— que me lo cuente con sus palabras.

Pedro se acerca a la puerta que sigue cerrada con llave y cruza los brazos.

—El patrón me ofreció pagarle con la cosecha, le dije que sí, le pagué y luego se la vendí porque me dio muy buena lana. ¿Feliz? Ahora ábrame.

Jorge larga un suspiro extenso y se vuelve a apoyar sobre el escritorio como si estuviera a punto de soltarle un sermón. Lo mira a Pedro con detenimiento sin cambiar esa expresión de pésame de su rostro y sacude la cabeza.

—No. No le abro hasta que deje de repetirme ese cuentito como loro. Dígame la verdad.

—¡Madrinaaaa! ¡Rosa! —Pedro golpea la puerta con impaciencia— ¡Rositaaaaa!

—No está, —le informa Jorge— fue al mercado.

Pedro toma una bocanada de aire y se vuelve a acercar al escritorio con expresión amenazante.

—¡Que abra la puerta o se la tumbo!

Jorge lo mira con cara de póker, intransigente, sin ceder a su promesas falsas.

—Túmbela pues, —le dice con indiferencia— lo descuento de su sueldo.

—¡Uyyyyy! —Pedro agita sus puños en el aire— ¡qué inmaduro es usted!

—Qué casualidad. Lo mismo pensaba yo de ti.

Es el tuteo lo que hace que Pedro dé la vuelta al escritorio encolerizado y trate de abrir ese cajón en donde Jorge metió la llave hace diez minutos.

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora