Pedro está seguro de que en su vida había pasado tantas horas dentro de esta casa.
En las dos semanas que Jorge ha asumido la propiedad del lugar Pedro se ha acostado en la cama de su patrón dos veces, ha utilizado su baño dos veces, se ha sentado sin camisa dentro de su estudio para un examen médico y hasta ha sido besado a la fuerza allí dentro.
Limpia el espejo mojado y observa el reflejo de su rostro cansado. Tampoco hubiera soñado nunca en utilizar esa tina de baño tan lujosa.
El agua tibia y el vapor parecen haber disipado momentáneamente esos tosidos tan molestos, pero todavía se ve medio muerto, pálido y con los párpados cansados.
Suelta un suspiro y gira la cabeza hacia la puerta al escuchar la voz de su patrón.
—¡Se le va a enfriar la comida! —exclama el mayor del otro lado, dando un leve golpe a la puerta de pasada.
Pedro se termina de abrochar el cinturón en los pantalones y mete su camisa por dentro sin mucho cuidado.
Si hay algo peor que Don Jorge su patrón que lo persigue como escuincle enamorado, ese es Don Jorge el Doctor. Y si Pedro hubiera sabido que todo esto iba a sucederle, que iba a meterlo en su cama por la noche porque la fiebre le nublaba el pensamiento, que iba a meterse en su estudio en la mañana y no se iba a poder escapar de ese examen médico, que Jorge no lo iba a dejar en paz, entonces jamás se hubiera montado en Coco antenoche con esa lluvia torrencial. Hubiera esperado por ese aventón que Jorge había ofrecido darle.
Tal vez como chófer hubiera sido un poco menos fastidioso que como médico.
—¡Pedro! —ahora quien golpea la puerta es su madrina, y él se apresura a salir afuera antes de que se le ocurra a ella también ponerse a gritarle.
Da un paso a la sala y encuentra a Jorge ya en la mesa, ya sonriéndole.
Su patrón lo mira de arriba a abajo como si estuviera evaluando su estado.
Y Pedro se queda aquí de pie, viéndolo con cara de pocos amigos.
—Siéntese —le pide Jorge cortesmente, señalando la silla opuesta a él.
Pedro abre la boca para rechazar la oferta pero Rosa regresa desde la cocina con una olla humeante en las manos envueltas.
—¡Siéntate mijo! No comes nada desde ayer, —su madrina le dedica una mirada amenazante— no me haga teatrito.
Y a eso Jorge suelta una risa.
Pedro se acerca a la silla de la esquina como quien no quiere la cosa, aunque el estómago le haga ruidos. Manotea el plato y la cuchara del lugar al que Jorge le había invitado – porque no se piensa sentar frente a él para que le ande haciendo de las suyas.
—¿Andas mejor?
—Sí, madrina.
—¿Dormiste bien?
—Yo creo que durmió muy a gusto, —interrumpe Jorge mientras levanta su plato hondo para que Rosa se lo llene de ese guisado agüachento— al menos así se veía, Doña Rosa. Muy a gusto...
¿Ya va a empezar? Piensa Pedro, y le envía una mirada a su patrón que está inclinándose hacia la bandeja que tiene en frente. Jorge le da un mordisco al pan y lo mira con chulería.
—Pos ya tienes mejor cara, —continúa su madrina, llenándole a él el plato a rebozar. Y Pedro no puede evitar tomar una bocanada de aire con gusto, porque aquello huele como los dioses y sí, no come nada desde ayer a la mañana.
—Qué pinta tiene esto, mujer, —le dice a su madrina con voz ronca y una sonrisa que ella le devuelve.
—Que le aproveche.