PARTE 15

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Jorge se despierta con un sonido placentero, aunque en ese específico momento no sepa bien de dónde viene ni recuerde bien por qué.

Se retuerce en la cama para estirar los músculos y suelta un bostezo potente, abre los ojos ya gruñendo porque nota la luz del día asomando por detrás de esas finas cortinas que cubren su ventana.

Parece haber recuperado la energía que ayer le escaseaba pero no está feliz de amanecer casi a la hora del almuerzo.

Toma un traje limpio del ropero y sale de la habitación luego de abrir la ventana de par en par, asoma al living para dirigirse al baño y ve que Doña Rosa lo mira desde la cocina, dedicándole una risa sin maldad al notarle el cabello hecho un desastre.

Al notar la parsimonia con la que camina, recién despierto.

Jorge se ríe de sí mismo y asiente hacia la mujer, soltando otro bostezo y levantando una mano a modo de saludo para meterse en el baño y arreglarse.

Unos veinte minutos más tarde emerge de allí adentro totalmente espabilado. Afeitado, con el cabello acomodado, perfumado y vestido como un caballero.

Por alguna absurda razón, siente que Doña Rosa tiene el derecho de verlo en su momento más desaliñado. Que puede concederle ese permiso sin problema. No sabe si calificarlo como adoración del tipo maternal, pero ve que ella le está preparando su café mañanero de todos los días, acostumbrada ya a su rutina, y siente algo dentro que lo enternece.

—No se moleste en servirlo, —le dice Jorge, entrando a la cocina e interrumpiéndola en su quehacer, aprontando esa bandeja con la taza de café, la jarra, la cucharita y el azucarero, seguramente esperando que él se meta en su oficina— me voy a dar un paseito.

Jorge se aproxima a la mesada para servirse el café humeante directamente en la taza y llevárselo a los labios bajo la mirada socarrona de su criada.

—Pues se le va a hacer corto el paseito, patrón... —anuncia ella casi entre dientes, regresando los demás implementos a la alacena.

—¿Ah, sí? —sonríe Jorge.

—Sí, —asiente la mujer— porque el Perico anda ay nomás en el establo.

Y su patrón suelta una risotada, apoyándose en el umbral de la puerta con galantería.

—Ay, Rosita... Como usted no hay dos, —masculla, sacudiendo la cabeza divertido— oigame, ya que estamos aquí usted y yo...

Doña Rosa se remanga la blusa hasta los antebrazos y comienza a sacar ingredientes para depositarlos sobre la mesada, indicando a Jorge que tiene su atención con un:

—Mmm-hmm.

—Ayúdeme usted, si es tan amable, porque no se me ocurre qué regalarle a la niña y ya sé que viene cumpliendo añitos en unos pocos días.

—Ajá, —asiente Doña Rosa, sacando por último un cuenco de barro que deja en medio de todos los otros implementos— mire, a la Tusa le encaaaaaantan los bichos.

Jorge hace una mueca.

—¿Los bichos?

—Sí, sí, —asiente Doña Rosa— pregúntele usted por la Chabela y ya va a ver.

—¿La Chabela? —vuelve a repetir Jorge, y Rosa vuelve a asentir, esta vez levantando la cabeza para mirarlo con una sonrisa.

—Esa mero. Pero no se preocupe usté, patroncito, al cabo que ni va a estar... El santo es el miércoles, —Rosa se encoje de hombros mientras echa harina dentro de aquella cazuela— ¿qué no se va usted mañana pa la ciudad?

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora