Pedro sigue a Joselito desde atrás sin poder evitar pensar que ha cometido un error. Va sobre el lomo de su caballo siguiendo al chamaco a la hacienda de Don Joaquín porque una de sus yeguas está en trabajo de parto y no la está pasando bien.
El muchacho había llegado en un momento poco oportuno pero lo suficientemente oportuno para que su patrón pudiera terminar de recibir... Bueno, eso. Lo que Pedro está comenzando a arrepentirse de haberle dado así como así.
Sí, físicamente Pedro está aquí, camino a la hacienda del norte, pero mentalmente sigue en el despacho de Don Jorge.
Con Jorge.
Con Jorge de pie frente a él y él arrodillado, y sintiendo todavía las manos de Jorge sobre su cabeza y los dedos de su patrón enredados en su cabello, jalándolo y gimiendo nada más y nada menos que su nombre.
Y Pedro todavía siente el gusto salado en su paladar y se mueve incómodo sobre la montura, porque no debería de sentirse tan satisfecho de que así sea, de que Jorge haya casi que colapsado de placer contra su biblioteca porque él hizo las cosas bien.
"Pedro, quítese" le había dicho su patrón. Suelta una risa amarga al recordarlo. Su doctorcito había tratado de dar un paso atrás pero no había lugar donde dar ese paso – de todos modos Pedro no lo hubiera dejado. Y no lo dejó intentarlo tampoco, porque Jorge se lo pidió seguramente por algún arranque de caballerosidad innecesaria de esos que a veces tiene. Pedro no se despegó de él, no despegó su boca de allí, sólo sacudió levemente su cabeza y murmuró un sonido desde su garganta para hacerle entender a Jorge que no se iba a apartar, y su patrón soltó todo cinco segundos después junto con otro "Pedro" pero ésa vez exclamado.
Y él, sintiéndose mareado por la falta de oxígeno y acalambrado por la posición, cuando se intentó levantar no pudo hacerlo. Jorge todavía estaba jadeando como si hubiera escapado de un toro furioso pero se había agachado para pasar sus brazos por debajo de los suyos y ayudarlo a incorporarse. A Pedro el corazón le había dado un vuelco ante tal gesto. Repentinamente dejó de ser inmune a las atenciones de su patrón y se congeló en su lugar, acompañándolo en los jadeos.
Cuando quedaron nuevamente frente a frente y Pedro observó el rostro complacido del mayor, ahí fue que muy dentro de él comenzó a arrepentirse de haberlo hecho.
Porque Jorge tenía las mejillas rojas, los ojos brillosos, el cuello húmedo del sudor, los labios separados y su respiración acaramelada le daba a Pedro directamente sobre la nariz y no supo qué decir.
Su patrón lo miró como si fuera un ángel caído del cielo y Pedro le devolvió la mirada sintiendo exactamente lo mismo pero demostrándole exactamente nada.
Se arrepiente de haber hecho lo que hizo no por el acto en sí sino por lo que ello significa. Lo que significa que lo haya disfrutado, que lo haya hecho porque quiso – porque Jorge no se lo había pedido y ni siquiera insinuado.
Pedro lo hizo porque necesitó hacerlo, porque regresó desesperado a la oficina de su patrón luego de que el mayor le hubiera dicho que saliera a tomar aire. ¿Qué más se suponía que hiciera?
Porque Jorge lo trae enfermo. Porque es el remedio y la enfermedad, y esa aspirina que se tragó y todas las otras pastillas y todos esos cuidados y hasta los momentos de miradas burlonas lo traían ya loco y Pedro no se había dado cuenta.
Fue decirle Jorge que le dió su merecido al estúpido de Felipe y su fuerza de voluntad comenzó a desmoronarse dentro de él como un camino de dominós.
Pedro se arrepiente de haber cedido solamente porque sabe que acaba de encender una llama extremadamente difícil de apagar.
Porque si Joselito no hubiera aparecido, seguro está de que hubiera traído a su patrón con él hasta su dormitorio y hubiera dejado que Don Jorge lo besara hasta el cansancio, ya que tanto había insistido en ello.