Especial: omegaverse.

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Este one-shot está fuera del canon. Pueden ignorarlo sin consecuencia si no les gusta el omegaverse (:

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El nuevo patrón llega a la hacienda en un momento altamente inoportuno.

Inoportuno para Pedro, eso es, que está escondido en el establo en uno de los corrales más lejanos del patio, allá en una esquina casi oscura deja que José le vuelva a poner el hombro dislocado en su lugar, mordiendo una maderita curada para no soltar un grito y todo por evitar que su madrina se entere de aquella imprudencia.

Porque si Doña Rosa se entera, se entera Violeta. Y si se entera Violeta bien sabe Pedro que entre las dos lo acorralarían y que luego de sermones interminables lo obligarían, sí señor, lo obligarían a visitar a Don Miguel para que le recete un calmante y le chequee el brazo.

Y Pedro no va a andar gastando sus pocos pesos en una estúpida pastillita cuando con una o dos botellitas de tequila puede aguantar el día entero.

—Ay voy, eh... —le dice José, por segunda vez en el último minuto.

Pedro muerde la madera con fuerza y gime en acuerdo, sentado en aquél banco y con nada más que sus pantalones embarrados puestos, embarrados porque aterrizó en aquél lodazal al que esa yegua engreída lo aventó casi que con puntería profesional.

—Bueno, voy, —repite su amigo, y se cambia de lugar y le vuelve a sujetar el brazo, haciendo una mueca desconforme y nerviosa— aguas.

Nnnndle —asiente Pedro con la madera en la boca, tomando aire hondo por su nariz y pensando en nada, anticipando el dolor.

Y José se vuelve a cambiar de lugar, acomodándose en un ángulo diferente:

—Voy, eh —repite, y Pedro explota y se saca la madera de la boca.

—¡Bueno, ya hombre! ¡Ya, ándale, ya!

—¡Ta bueeeeeno! No se enoje...

—¡Pos usté no se raje! —responde Pedro— ¡me va a doler a mi, no a usté!

—Pos por eso, —le suelta José con obviedad— es pa que no la sufra, Perico.

—Ya, a lo que te truje, ya —el montero sacude la cabeza y se vuelve a poner la madera en la boca, apretando las muelas y tensando inconscientemente los músculos cuando José empieza con esa cuenta ascendiente de:

—Una... dos...

¡Crack!

Suena en ese mismo instante el claxon estridente de un automóvil y Pedro ni siquiera escucha ese gemido de dolor contenido desde su garganta. Como tiene la madera apretada entre los dientes no lo suelta, y como la bocina del coche es tan insistente y alta, claramente aparcando en ese momento a la entrada del patio frontal de la casa, su breve lloriqueo adolorido es engullido por el ruidaje agudo.

Se levanta de allí apresurado, antes de que a Rosita se le ocurra asomar la cabeza para avisar de la llegada del nuevo patrón y los vea escondidos haciendo de las suyas. Se quita la madera de la boca con la mano izquierda mientras mueve el brazo derecho bruscamente de un lado a otro, comprobando que el hueso ha regresado a su lugar.

—Voitelas, —le dice José— tas todo amoretonado, Perico.

—¡Pedro!

Cuando su madrina exclama aquello, Pedro ya se está abotonando una camisa que esconde la evidencia, y junto a él José camina afuera enviándole una última mirada de reprimenda, ¡como si la culpa fuera de él!

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora