PARTE 21

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Pedro suelta un suspiro largo y contento, totalmente alcoholizado se deja caer hacia atrás con todo su peso, medio dormido. La noche es cálida y su camisa desabotonada recibe las tibias ráfagas de aire, siente los fuertes músculos de su acompañante justo detrás. En su paladar el gusto caramelizado de esas golosinas que lo hace sonreír.

Jorge se mantiene recto sobre el caballo, las manos sujetando las riendas a cada lado en un medio abrazo que Pedro recibe con el mismo gusto que recibió sus labios hace tan solo unos minutos.

Tuvo el mayor que apresurarse en aquel momento de lucidez, que ni siquiera eso había sido, y hacer que Pedro se montara en Coco antes de que cayera totalmente desmayado por esa borrachera y tuvieran que caminar kilómetros de regreso a su casa.

Cualquier otro día Jorge lo hubiera llevado a la hacienda.

—Mmmmnnn... —Pedro murmura, claramente no tan ido como Jorge lo pensaba, gira la cabeza a un costado y vuelve a buscar con su nariz el calor del cuello contrario, balbuceando embriagado— patroncito... qué ricouele...

Pedro trata de voltearse y atrae una de las manos de Jorge hacia sí.

Jorge que sonríe apenado, no tanto por el gesto del menor que se acurruca contra él como un chamaco sino por el diminutivo. Jamás había Pedro utilizado esa palabra y su actitud tan poco confrontativa lo hace sentir a él culpable por aceptarlo.

Por aceptar en este momento su cercanía, su aliento caliente, su voz dulce, cuando sabe Jorge perfectamente que no las merece y que Pedro sólo está concediéndole aquello porque está borracho.

—Patrónn... —vuelve a mascullar, vocablos arrastrados, aunque sin abrir los ojos, como viéndolo en un sueño.

—Shhh... —intenta Jorge, y con esa mano le rodea a Pedro el estómago para mantenerlo quieto, apaciguarlo, porque parece estar tan atontado por el tequila que se ha olvidado de que están sobre el lomo de su caballo— ya llegamos. Espérese.

La noche está estrellada y tranquila. Los cascos de Coco apenas suenan en el camino arenoso con su paso lento y Chiquito los sigue diligentemente a un costado, manso. Los cabellos de Pedro le rozan la nariz, huelen a pasto mojado, sin dudas del breve revolcón que se dio cuando se lo jaló encima.

No hay luz en la casa de su montero pero cuando Jorge jala una de las riendas para hacer al caballo voltear e ingresar al predio, Violeta aparece en la puerta, y se apresura hacia ellos cuando lo ve batallando con su hermano medio dormido.

—Don Jorge, —le dice la muchacha, sacudiendo la cabeza y extendiendo ambas manos hacia ellos como si pretendiera atajar a Pedro— válgame Dios, en qué estado vienes, tarugo... No me diga que lo fue a... Que lo... ¿Le...? ¿Lo despertó? ¿Lo...?

Jorge sacude la cabeza sin aflojar su agarre seguro sobre Pedro, que parece ya más dormido que otra cosa, absolutamente ajeno a la presencia de Violeta.

—No se preocupe. Nada pasó. Simplemente lo...

Se aclara la garganta un tanto incómodo, sintiendo que los ojos de la chamaca leen entre líneas, y luego le concede una sonrisa tensa.

—Lo vi pasar y pues, no podía permitir que montara en ese estado.

—Pos no, —asiente Violeta con acento pronunciado y volviendo a extender los brazos cuando Jorge se baja primero— ¡Pedro! Pedro, dispiértate...

Su hermano sacude la cabeza con un gruñido y abre los ojos, apesadumbrado.

—¿Eehmnn? —masculla, mareado, y luego parpadea y cuando nota la altura a la que se encuentra y especialmente notando que sus botas no están pisando la montura, se desliza hacia abajo y Jorge lo ataja con brusquedad, casi yéndose al piso de espaldas con el golpe de su peso.

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora