Tal como dice el título, esta es la continuación del especial de omegaverse, recuerden que está fuera del canon (:
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No aprecia Pedro mucho que el nuevo patrón lo siga con esos ojos de un lado a otro, que le dedique sonrisitas socarronas cuando sus miradas se encuentran no tan casualmente, que le sonría como si Pedro fuera una medalla de oro que se ganó demasiado rápido.
Pero tampoco puede recriminarle nada, porque él mismo se le entregó en bandeja.
Sacude la cabeza y se cambia al otro lado del caballo para continuar cepillándolo.
Vaya que Don Negrete llegó en un momento altamente inoportuno.
De entre todos los días del mes tuvo que aparecerse por aquí en el peor. ¿Qué pasaron? ¿Menos de seis horas de conocerse oficialmente? ¿Y se despertó esta mañana en la cama de su patrón reprimiendo un gemido de placer porque—?
—¿No le dije que se tomara el día?
La voz grave del doctor lo hace girarse en el corral, tan sumido en sus pensamientos y su labor que ni siquiera lo oyó entrar al establo. Voltea, todavía con aquél brazo vendado y atado al pecho, y tiene que hacer un esfuerzo descomunal por no dar un paso atrás y disculparse.
Una reacción que le viene demasiado naturalmente luego del intercambio de anoche.
Bendita mordida con sus benditas y degradantes, incómodas e inevitables consecuencias.
—Patrón. Este... —balbucea, con nerviosismo ojeando al potro pero sin soltar el peine, vuelve la vista a Jorge Negrete y lo ve un paso más cerca— estaba, yo estaba... mi brazo. Con el bueno.
Se patea Pedro mentalmente por ese balbuceo incoherente, preso del nerviosismo que nace de la unión natural que esa mordida provoca, mordida que jamás debió permitir, y traga saliva, negándose a doblegarse ante la autoridad del más alto que se potencia ante esa conexión.
—Ni con el bueno ni con el malo, —le dice Jorge, con el ceño fruncido— no está usted en condiciones de trabajar.
—Pero...
—Pero nada, —lo corta el patrón, aunque casi que con un puchero juguetón, chistando la lengua— ¿quién manda aquí? ¿Usted o yo?
Pedro aprieta los dientes al instante, encrespado.
Ese tono imperante hace que le arda el cuello allí donde esos colmillos se clavaron en la madrugada, pero la mano que sostiene el peine se cierra en un puño para prevenir que su boca se abra y le suelte al doctorcito de Guadalajara un improperio.
La culpa es de él, por supuesto que sí.
Porque se dejó y se le aventó dentro de la habitación anoche como gata en celo.
¿Y ahora?
Te aguantas. Faltaba más. Ponerte al tú por tú cuando fuiste quien lo incitó. Hazte cargo, ora.
—¿Mmm? No me mire así, —continúa Jorge, ahora echando un vistazo rápido a su alrededor para comprobar que no hay moros en la costa, da otro paso largo para adentrarse al corral— no me mire así que no respondo de mi.
Pedro suelta un resoplido pesado y da un paso al costado para alejarse de allí.
—Ta bueno, patrón, —asiente, evitándole la mirada y con toda la intención de escabullirse lejos— mañana le sigo.
—No me gusta que me diga así —lo interrumpe el mayor, buscando su mirada aunque Pedro baje los ojos a sus botas y lo ignore no-tan-disimuladamente.