Pedro se sujeta el sombrero contra una ráfaga de viento y apreta el paso. Ya tiene las botas tapadas de barro y el camino levemente empinado hacia la hacienda no lo favorece en nada.
Levanta la vista al cielo gris para comprobar que a esas nubes no se les ha ocurrido descargar su cargamento de lluvia sobre él, y cuando vuelve la vista al camino divisa una figura oscura a lo lejos.
Una figura oscura que al acercarse más se convierte en dos caballos. Que al acercarse todavía más se convierte en Don Jorge montando y Coco siendo jalado a su lado.
Pedro se detiene cuando su patrón aminora el paso y se frena junto a él, poniéndose una mano sobre el sombrero a modo de saludo.
—Buenos días... ¿Se le perdió algo? —le dice Jorge con una sonrisa, y Pedro apreta los labios para evitar soltarle algún comentario malhumorado, porque es demasiado temprano para andar discutiendo y porque no tiene la energía para hacerlo.
El cosquilleo en la garganta que sentía cuando abandonó su casa se ha convertido con todo este viento en dolor. Pero bien lo disimula. Pedro le devuelve el saludo con su propio sombrero, viendo como Jorge se baja de su caballo.
—Disculpe usted, patrón. Se me ha de haber escapado anoche con los truenos, —Pedro acepta las riendas que Jorge le pasa, y Coco se viene a su lado a paso tranquilo, muy inocentemente— no se hubiera molestado.
Jorge lo mira con el ceño fruncido, como si pudiera nomás saber por el tono de su voz que se siente de la patada.
Y Pedro se recuerda que el patrón es doctor, y que las posibilidades de que efectivamente pueda darse cuenta de que trae consigo una jaqueca insoportable con nomás solo verlo y escucharlo hablar, son muy altas.
Pero sorpresivamente Jorge no le dice nada y se acerca a él, poniendo una mano sobre el cuello de Coco y asintiendo hacia el animal.
—No es molestia, Pedro. ¿Lo ayudo?
Pedro se le queda viendo sin entender, hasta que se da cuenta de que Coco no trae montura y de que Jorge se está ofreciendo a darle un empujón hacia arriba.
Pero trae las botas demasiado sucias... Se voltea al vallado, deliberando. Sí, mejor subirse desde allí. Sin dudas es más educado rechazar la oferta.
Jorge parece entender sus intenciones y le vuelve a sonreír.
—Así nos ahorramos tiempo. Ándele, no se preocupe.
Le hace un gesto impaciente con la mano y luego dobla sus rodillas y entrelaza las manos para que Pedro lo utilice a modo de estribo.
Pero Pedro no se mueve y Jorge se vuelve a poner de pie.
—Hombre, ¿me va a tener así la mañana entera?
—Las traigo sucias —le dice Pedro a modo de explicación, asintiendo hacia sus botas.
Jorge chista la lengua.
—Nomás es barro, no sea exagerado. Ándele, pise sin miedo.
Jorge vuelve a entrelazar sus manos y Pedro se le acerca con un suspiro cansado. Sujeta con una mano las riendas y cuando pisa sobre las manos de Jorge, el patrón lo eleva hacia el lomo de Coco con facilidad. Lo observa desde allí arriba mientras se sacude la tierra de las manos como si nada.
—¿Vio qué fácil?
Pedro solo atina a asentir y ver como Jorge se sube rápidamente a su propio caballo, porque por alguna razón le cuesta agradecerle verbalmente. Decirle gracias, serle gentil. No sabe qué pero algo dentro de él no permite que de su boca salgan las palabras. Tampoco quiere detenerse a averiguar la razón.