PARTE 6

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La primera vez que Jorge cierra los ojos ni siquiera lo nota, los vuelve abrir a los pocos minutos con una cabeceada y atrapa el libro que casi se le escapa de las manos. Parpadea, se acomoda sobre la silla y se refriega los ojos.

La segunda vez que el sueño le gana, el encargado de despertarlo es su perro, que se le sienta al lado y le pone la cabeza sobre la rodilla. Jorge se sobresalta, vuelve a abrir los ojos y lo ve a Chiquito observándolo curioso, como preguntándole qué hace ahí sentado a estas horas de la noche.

Jorge suelta un suspiro y se rinde. Se levanta de su lugar silenciosamente para dejar el libro sobre el ropero, quitarse la chaqueta y aflojarse la corbata que también descarta sobre el mueble. Luego se le acerca a Pedro, que a juzgar por su rostro relajado debe estar en su quinto sueño, y muy lentamente le pone una mano sobre la frente para comprobar su temperatura sin sobresaltarlo.

No parece haber mejoría.

Jorge chequea su reloj de mano y ve que han pasado ya tres horas desde que Pedro tomó el anti-febril. Son casi las once de la noche. Ya debería estar surtiendo efecto.

—Pedro... —lo llama en voz baja, pero no obtiene respuesta— Pedro, despierta.

—¿Mmmm?

Pedro abre los ojos totalmente adormilado y lo mira confundido, como si no lo reconociera. Su mirada da vueltas por la habitación hasta que se vuelve a posar sobre su patrón y parece recordar por qué está allí.

—Hay que tomarle la temperatura, —Jorge le enseña el termómetro que ya tiene en la mano— a ver. Abra.

Pedro cierra los ojos pero le quita el termómetro de las manos y se lo pone en la boca.

—No me trate como escuincle, —le dice con el ceño fruncido y una voz muy ronca, y recoje la manta y se la lleva al cuello— ¿no tiene más abrigo?

—Déjeme ver —le dice Jorge, y se da la vuelta hacia los muebles aunque está casi seguro que no hay ropa de cama en ninguno de ellos. Están en verano, pues, y se olvidó de decirle a Rosa que dejara por ahí cerca unas mantas de reserva por si acaso.

Cuando vuelve a la cama para decirle a Pedro que no tiene nada con qué taparlo a la mano, el menor se ha vuelto a dormir.

Jorge regresa a la silla y no lo vuelve a despertar hasta que es necesario: a los cinco minutos le pone una mano sobre el hombro primero y le pide el termómetro después, y Pedro lo observa expectante mientras lo acerca a la lámpara para leerlo.

Jorge hace una mueca.

—Treinta y nueve. Le subió.

Pedro suelta un quejido y se hunde más sobre el colchón.

—Pero tengo frío, oiga.

—Le puedo prestar una camisa, Pedro, —Jorge le ofrece, con simpatía, viéndolo tiritar bajo las sábanas— pero es mejor que no se tape. La fiebre no le va a bajar si lo cubro con más cobijas.

—Bueno, —balbucea Pedro, con los ojos entrecerrados y brillosos— cúbrame con otra cosa...

—¿Con qué?

Jorge observa cada rincón de la habitación, buscando algo. Sacude el termómetro para que el mercurio vuelva a su lugar y lo devuelve a la cajita.

Pedro saca un brazo fuera de las sábanas y lo sujeta de la muñeca.

—¿Está durmiendo... en esa silla? —le pregunta Pedro, con su voz entrecortada por el esfuerzo de mantenerse despierto. Jorge se inclina para poderle hablar en voz baja.

—¿Qué necesita, Pedro?

—Que se acueste de una vez, que tengo frío le digo. ¿Está sordo?

Y con eso lo jala hacia el colchón con fuerza y Jorge apenas tiene tiempo de poner las manos por delante para no caerle directamente encima.

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora