PARTE 26

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La ansiedad lo carcome por dentro lentamente, como leña verde que arde despacio y apenas calienta.

Aunque Don Miguel haya dado un veredicto positivo, le bastó a Pedro con que hiciera una mueca dudosa para saber que existe un mínimo margen de error en su diagnóstico.

Y ese mínimo margen de error puede resultar en un funeral, no lo quiera Dios. Tan sólo sopesar la idea hace que se le forme un nudo en la garganta.

De «el antídoto surte efecto en un par de horas» pueden pasar rápidamente a «lo administramos demasiado tarde y no hay nada que hacer», y esa posibilidad no lo deja dormir. No lo deja pensar. De a ratos ni siquiera lo deja respirar.

Esa posibilidad lo tiene arrodillado frente a la virgencita en la recámara de su madrina, con los ojos cerrados y pidiendo perdón por cuanta imprudencia puede acordarse.

Don Miguel se excusó de regreso a la ciudad luego de prometerles confidencialidad y le tocó a Antonio hacerle de taxi por segunda vez. Su antiguo maestro hizo lo que vino a hacer y pidió marcharse, con un aire lúgubre y derrotado que no reflejó el alentador resultado de su examen. Pedro ha estado barajando la posibilidad de que el muchacho no pase la noche y con un nudo en el estómago ha sacudido la cabeza cada vez que esa vocecita le ha recordado que tiene en la hacienda del norte a su abuelo, que debería estar presente en caso de...

En caso de...

Y que debería ir por él, "en caso de" - mas se niega a aceptar esa posible realidad, ese posible desenlace, se niega de manera rotunda y bastante egoísta, porque ¿qué va a hacer él si ese chamaco se le muere aquí, luego de haber arriesgado su pellejo para evitar que él terminara tras las rejas? ¿Con qué cara va a mirar a Don Joaquín a los ojos y decirle que por culpa de él, su nieto pasó a mejor vida?

Con qué cara, ¿con qué cara?

Tensa la mandíbula y se da cuenta de que otra vez ha desviado su pensamiento al peor escenario, de que está sujetando las manos en ese rezo con tanta fuerza que sus nudillos se han vuelto blancos. De que le ha vuelto el picor de los ojos, de que el corazón otra vez le late rápido.

Si Manuel se muere, se muere a causa suya. Se muere por su culpa y esa posibilidad lo desespera.

Por tu culpa.

Por tu imprudencia.

Por irresponsable.

Es un chamaco y es culpa tuya.

—Pedro.

La voz de Don Jorge lo alcanza desde el umbral de la puerta, calma, casi un murmullo, y el menor abre los ojos y gira el rostro, sobresaltado ante la intrusión. No lo oyó llegar.

Vuelve la vista al altar de Rosita en donde ha encendido una vela y luego la baja en señal de respeto y se persigna en silencio. Le duelen las rodillas y siente que al ponerse de pie se marea pero lo soporta sin quejas.

Lo mínimo que puede hacer es pedir por él.

Lo único que puede hacer.

Pensó que la presencia de Don Miguel arreglaría todo. Casi con ingenuidad infantil pensó que Don Miguel iba a reparar los daños en un santiamén.

Pensó mal.

—Don Jorge, —Pedro se acerca a la puerta con expresión cansada, sin volver a dirigirle al mayor la mirada— ya váyase a dormir.

Jorge lo ignora como lo ha ignorado las otras veces en que Pedro le ha hecho ese pedido en el correr de la noche, y cuando Pedro intenta pasar al pasillo otra vez le caza su patrón la mano para detenerlo.

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora