PARTE 27

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Pedro estampa las botas en el pasto mojado con furia, sintiendo todavía el calor de esos labios sobre los suyos, el sabor inconfundible de Don Jorge en su boca.

Suelta un gruñido exasperado y aprieta sus puños. Tiene el viento en contra pero no puede arriesgarse a transitar cerca del camino principal. Cuando gira la cabeza por tercera vez para comprobar que la camioneta del patrón ha abandonado el patio...

«¿No acaba usted de renunciar, mi estimado?»

…se tropieza con un bache de lodo y patina por un breve momento antes de recobrar el equilibrio.

Lo que no recobra es la calma.

—¡Chiquito, te dije que no!

Se frena y vuelve a girar para gritarle al pobre animal, que se detiene ante el abrupto comando, sin entender pero amedrentado.

El alemancito regresó a la casa en cuanto Don Jorge se lo ordenó, con uno de esos chiflidos agudos — y luego de diez minutos Pedro giró y lo vio siguiéndole el paso a lo lejos, otra vez.

—¡Quieto ahí! —le dice Pedro, plantándose firme y apuntándolo con el dedo. El pastor alemán se sienta sobre sus patas traseras pero ladea la cabeza, confundido. Con esos ojitos y la lengua de afuera lo observa sin comprender, y Pedro suelta un suspiro cansado.

El perro está acostumbrado a venir con él, le sigue el paso como cualquier otro día, felizmente ignorante.

Pero lo último que Pedro quiere es volver a cruzarse a Don Jorge antes de que vuelva a emprender viaje a la ciudad y si el perro se le pega como pulga no le deja más opción que hacer justamente eso. Se lo tiene que regresar.

—«Su patrón está ahí adentro», —balbucea Pedro, burlón, sacudiendo la cabeza— ¡ya lo creo que sí! Mentiroso, ¡y son primos! Lárguese por otro mes entero, patrón, ¡¿qué me importa?! Vea lo mucho que me importa: ¡ni tantito!

Reanuda su paso encolerizado y vuelve a soltar un gruñido, fastidiado consigo mismo.

Chiquito suelta un ladrido y viene a su lado muy campante, inocente criatura, le sigue el paso y Pedro lo deja, ¿pues qué más puede hacer? ¿Y qué culpa tiene su alemancito de que el presumido doctorcito de Guadalajara no le haya enseñado español?

⌘ ⌘ ⌘

El camino hacia la hacienda de Don Joaquín no es muy largo, a lo sumo diez minutos por la callecita de tierra con baches en los que la camioneta de Don Jorge se hunde, se zarandea de un lado a otro y le pinta al muchachito una mueca de molestia en las jóvenes facciones.

Manuel se sujeta con una mano en la ventana y Jorge frena el vehículo cuando lo ve cerrar los ojos.

—¿Se encuentra bien? —lleva una de sus manos al codo del chamaco para llamarle la atención, volviendo a notarlo un poco pálido— si quiere bajarse, seguimos caminando.

—Estoy bien... —balbucea el muchacho— nomás me... me vino un mareo. Disculpe.

—Hmmm...

Jorge espera unos segundos más, no conforme, con el ceño fruncido espera a que Manuel despegue sus párpados y se acomode en el asiento, y entonces regresa ambas manos al volante y vuelve a bajar el pie sobre el acelerador, sorteando las imperfecciones del suelo lo más que puede.

—Y gracias —añade el muchacho, viéndolo con una expresión tan honesta que Jorge no puede más que sonreír y asentir de lado, halagado por el sentimiento:

—No hay de qué, muchacho.

—Y dígale al señor Antonio, —continúa Manuel, un poco falto de aliento a pesar de haber recobrado el color en las mejillas— que también... muchas gracias. Si no hubiera estado anoche...

Besos Brujos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora