Para Estelita y Sam ❤️ mis comares.
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Pedro nota las miraditas de soslayo que Antonio Badú le envía desde la silla a su costado pero poco puede hacer para frenar esa pierna que rebota incesantemente sobre el piso pulido de la oficina.
El Licenciado Méndez está al otro lado del escritorio con lupa en mano observando detenidamente esos papeles, el que él firmó hace rato y otros más que no tiene Pedro idea de qué son ni tampoco quiere saberlo ahora.
Antonio le dijo que se mantuviera calmo y sereno y que no había razón alguna para ponerse al brinco con un procedimiento que nada más era rutinario — pero Antonio no conoce a De La Vega y Antonio está acostumbrado a navegar estos pasillos blanquecinos y estas oficinas con sillones acolchonados y aterciopelados, con títulos y cuadros extraños colgando de las paredes. Con muebles repletos de botellas con etiquetas que Pedro ni siquiera sabe cómo pronunciar y personas vistiendo ropas que cuestan más que todo su rancho y sus caballos juntos.
Antonio lo perdonará por "ponerse al brinco", pero él se siente como sapo de otro pozo y mucho más sin la presencia reconfortante de Don Jorge cerca.
Siente las manos calientes y las pasa lo más disimuladamente posible por su pantalón para secarlas y entonces salta brevemente en su asiento cuando Antonio viene a posar una de las suyas sobre su rodilla, para indudablemente tratar de sofocar ese pánico que se le escapa por los poros.
Pedro suelta un suspiro ansioso y gira la vista al mejor amigo de su patrón que le envía un asentimiento y un guiño de camaradería en el mismo instante en que su colega escribano baja todos esos documentos de regreso al escritorio.
—Muy bien. Todo está en orden, —anuncia el anciano con expresión regia— si les parece bien voy a ingresar una solicitud de audiencia a la brevedad, tan pronto como la fecha esté estipulada se los dejaré saber. El señor y la señorita Infante deberán presentarse ante el juez de menores, y lo más seguro es que la pequeña... —Méndez baja la mirada a uno de los documentos, olvidado— ...María Eugenia, tenga que asistir también a una breve charla con el tribunal y la terapeuta de turno.
Es nuevamente Antonio el que responde, porque Pedro se está mordiendo la lengua incómodo y ni siquiera está seguro de haber entendido lo que Méndez acaba de decirles.
—Espléndido, —asiente el mayor— no dude en contactarme ante cualquier inconveniente. Si necesita cotejar algún otro documento estoy más que a sus ordenes, Licenciado.
Méndez asiente con esa expresión seria e intimidante que parece tener plasmada en sus facciones de manera permanente, y luego de acomodar los documentos con un golpecito contra su escritorio de madera reluciente, dirige su vista a Pedro, sus ojos calculadores y observadores alzándose sobre el armazón de sus lentes para mirarlo con intención.
Intención que Pedro comprende tarde, y balbucea su respuesta aún más tardíamente:
—Muchas gracias señor... Licenciado señor... —asiente, acalorado, y envía una mirada rápida a Antonio como para conseguir aprobación— ...por su atención, muy agradecido, eh.
Badú esboza una sonrisa y se pone de pie primero, y Pedro lo imita con torpeza, haciendo rechinar su propia silla en el piso.
—El Doctor Negrete es su apoderado en la ciudad, —añade Antonio, ya estrechando la mano del caballero de traje y cabellos blanquecinos— entiende usted. Agradezco su comunicación directa con él o conmigo ante cualquier otro requerimiento, puesto que Pedro regresa a la Hacienda hasta nuevo aviso.
—Por supuesto, —Méndez asiente y extiende su mano hacia Pedro, que con el mismo aire de torpeza y titubeante da un paso adelante para devolver el gesto— buen viaje de regreso, estimado.