Medicina

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Medicina: Ciencia y arte de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano.

Estaban de misión, ambos primos.

Era extraño que los enviaran a ellos dos, pero debido a todos los miembros de Akatsuki que faltaban por atrapar, Konoha estaba falta de personal. Como dos de los ninjas de rango chunin que quedaban en la aldea, la Hokage los había mandado a ambos a una misión de rango D, al país de la Hierba. Tenían que proteger a un alto mandatario en su viaje a otro país, escoltándolo de los posibles asaltadores que encontrase en el camino.

En la semana que estuvieron fuera, todo fue bastante bien, pero algo falló en el último día. La temperatura era baja, llovía, y parecía avecinarse un gran huracán. Fue entonces cuando dos desconocidos se detuvieron, parando el transitar de la caravana.

Neji y Hinata se pusieron ante ellos, preparados para la lucha e impidiendo que ningún civil se acercase. Pronto aparecieron más personas a los lados de la carretera, y comenzó una batalla bajo el profundo aguacero que caía, que duró unos treinta minutos, en los cuales se repartieron movimientos de Taijutsu y técnicas del clan Hyuuga a tutiplén. Al final, una gran montaña de cuerpos quedaron en el camino, inconscientes; algunos de ellos muertos.

Siguieron su camino en silencio, con la lluvia calándoles hasta los huesos. Cuando al fin llegaron a su destino, dos días después, aún seguía cayendo agua. Se despidieron del gran señor, que les dio una gratificante propina por haberlo librado de los asaltantes del camino.

Ambos partieron de nuevo hacia Konoha, y aquella misma noche, pararon en una cueva a pasar la velada, resguardados del frío y la lluvia. Neji se acomodó en un lado de la cueva, excusándose de su prima con el motivo de que quería descansar para partir pronto a la mañana siguiente. Sin embargo, antes de acostarse, Hinata se acercó a su primo para darle las buenas noches y cuando fue a tocarlo, se asustó, ya que se dio cuenta de que un sudor frío recorría su frente; cuando tomó su rostro entre sus manos pudo comprobar que su temperatura era demasiado elevada.

—Neji-niisan —lo llamó. Él abrió los ojos, que parecían enrojecidos—. Neji-niisan, tienes que despertar.

—¿Pasa algo, Hinata-sama? —preguntó, levantando su torso—. ¿Está bien?

—El que no está bien eres tú, Neji-niisan —l dijo, seriamente—. Hay que bajarte esa… ¡Ah, Neji-niisan!

El joven se había desvanecido en el suelo de la cueva. Se hubiera golpeado la cabeza contra el suelo si no llega a ser por Hinata, que le sujetó, y lo tumbó en el suelo con cuidado, poniendo su mochila bajo su cabeza a modo de almohada.

Hinata no llevaba casi anda entre sus cosas, ni siquiera un maldito botiquín de primeros auxilios. Tampoco es que hubiesen previsto que iba a pasar aquello…

La joven puso algunos de los pañuelos que traía, en la frente de su primo, previamente mojándolos con agua de la lluvia. Pero después de dos horas haciendo lo mismo incansablemente, él seguía ardiendo, y no vio más opción que bajarle la fiebre de la manera más natural: Cuerpo a cuerpo.

Se quitó la parte de arriba, quedándose sólo en sujetador. Hizo lo mismo con su primo convaleciente y se puso encima de él, dándole todo el calor que podía. A pesar del frío de aquella cueva, Hinata no lo sintió debido al calor que exhalaba la piel de su primo y por la única manta que llevaba.

—Hinata-sama… —le oyó delirar débilmente.

—No te preocupes, Neji-niisan, te recuperarás —le susurró dulcemente al oído, retirando los húmedos cabellos de su frente.

Casi sin darse cuenta, Hinata se quedó dormida, sin notar que la temperatura iba bajando poco a poco gracias a ella.

A la mañana siguiente despertó sola, cubierta por una manta y con un agradable calor recorriéndola. A pesar de que aún tenía algo de sueño, se desperezó rápidamente y notó que su primo no estaba en la cueva. Recordaba haberse dormido encima de él, y si no estaba allí, significaba que debía estar despierto en algún lugar cercano.

Se cubrió con su camisa, y salió fuera rápidamente. Lo primero que vio fue el reluciente sol de la mañana, y contrariamente al día anterior, ya no hacía frío, sino calor.

Se acercó a él, que se quedó mirándola profundamente, con aquellos ojos que solían asustarla de niña. Sin poder creerlo, Hinata oyó a su primo decir:

—Gracias, Hinata-sama.

Ella simplemente dejó ir un: 

—De nada, primo —con una hermosa sonrisa en su rostro y las mejillas levemente coloreadas de carmín.

Después de todo, se alegraba de que él se encontrara mejor. ¿Y por qué no decirlo? La había llenado de dicha sentir un gracias de esos, en el pasado, fríos labios.

30 ViciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora